Y fuimos descubriendo el sexo, sin apenas
darnos cuenta.
Miradas
y tiernas caricias eran para nosotros una enorme proeza.
Y
la curiosidad nos hacía profundizar cada vez más, en ese paraíso del que no quieres
salir jamás.
Torpemente
y con mucha vergüenza, dilucidábamos nuestros cuerpos desnudos.
Yo no sabía dónde tocarte o besarte, tú tampoco lo intentabas por temor y desconocimiento.
Pero
cuando llevábamos unos minutos contemplándonos, algo que parecía haber estado
en nuestro interior desde nuestro nacimiento se encendió.
Algo
mágico recorría nuestro cuerpo, guiándonos como autómatas hacia los puntos más
vulnerables de nuestro cuerpo.
Bese
las zonas más cálidas de su cuerpo, acaricie lo que mis manos querían
acariciar.
La
investigue, la examine y la cate al igual que ella a mí.
Explorábamos
el uno el cuerpo del otro, abríamos zonas tapadas y tapábamos zonas abiertas.
Urgía
encontrar agua en su precioso pozo, yo lo sondeaba buscando aquel perfumado
líquido.
Ella
no solo me regalo su preciado mana, también me obsequio con sus burbujas. Al
principio pequeñas, pero fueron creciendo según yo la iba sondeando y
acariciando y besando y acelerando.
Hasta
que en la burbuja más grande me subí con ella y empezamos a elevarnos, mientras
ascendíamos vimos unicornios rosas, arcos iris velados, prados de amapolas
negras, gansos dorados. Y de repente y cuando estábamos a mil pies del suelo la
burbuja estallo.
Para
cuando pude abrir los ojos su cuerpo estaba sobre el mío. Ella despertaba tan sutilmente como mariposa
saliendo de su capullo, nuestros labios se buscaron con una atracción magnética
difícil de explicar.
Nos
fundimos en un vaporoso beso mientras
rozábamos el paroxismo y el mundo seguía girando a nuestro alrededor.
¡Y nosotros sin enterarnos!
Nadavepo.
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