Te
llamo Electra y no porque seas descendiente de un rey griego.
Descubrí
tu nombre cuando mi piel rozo la tuya.
Descargas
intermitentes recorrían mi cuerpo, erizando hasta el vello más prófugo de mi
geografía.
Una
sacudida removió todas mis neuronas, al chocar nuestras lenguas en una cascada
de burbujas efervescentes.
Mis
manos se quedaron pegadas a la corriente estática que desprendían tus pechos.
Chispas
de deseo, saltaban desde tus ojos al abismo de mis más lujuriosos deseos.
Creí
que moriría entre tus brazos totalmente electrocutado.
Cuando
apuntale mi pértiga en el umbral de tu preciosa puerta, mis dos acumuladores encendieron
sus motores.
Una
vez estuve dentro, tus propulsores arqueaban mi cuerpo.
No
sé cómo no sucumbí, cuando tú generaste aquella tormenta eléctrica.
Entre
tus rayos y mis centellas, saltamos como resortes que salen de debajo de la
arena.
Las
chispas que derramábamos, casi prendieron nuestro lecho convirtiéndolo en un
fuego eterno.
¡Ahora
ya sabes porque te llamo Electra!
Nadavepo.
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