martes, 16 de mayo de 2017

El Paladín












  Desarrolla mi querida señora, esa partitura que me da la vida, que me estremece cuando vos la interpreta, que con vuestra presencia me llena de dulzura, estremeciéndome de placer.

  Y aunque sé que cometo un acto impuro, al violar la confianza de mi señor que partiendo hacia la guerra, me deja como vuestro “paladín” protector. Reviento de ira al no saber comportarme como un caballero, pero es tanto mi deseo hacia vos, que corto el frio hielo con mi espada de acero, en pleno candor.

  Perdonadme el atrevimiento mi querida dama, pero no paro de soñar noche y día… en buscar cobijo, en la acogedora fortaleza que tiene entre sus piernas, derramadora de brea ardiente, que a mi lengua desuella y a mi mazo envuelve, fundiéndolo en el caos más indecente.

  Y vuelvo a pediros perdón mi querida señora… por tratarla como a una yegua, abrumándola con obscenas palabras, mientras la galopo con mi corcel vencedor. No quiero parecerle soez al penetrarla una y otra vez, pero es que me desarmo sin mi coraza, metiéndome  entre sus nalgas y arrancándole el cinturón que la oprimía ayer.

  Clamo al todo poderoso, por no darme el decoro de poderme contener. Pero es que su savia es tan potente, que mi nariz la huele y me echo a perder… no me puedo reprimir, abordo sus pechos, que no sólo en ellos me pierdo, si no que los muerdo poniéndolos tan rojos, que se ponen tan candentes, como las bolas de fuego del dragón Francés.

  Atropellada forma de tomarla por detrás mi querida doncella, pues sus refajos y mi armadura, nos entorpecen la locura de profundiza hasta tocar fondo y derramar todo vuestro placer.

  Poderoso es el ardor, que nos hace tener fuerza de titanes, arrancándonos ropas y aceros… para  dejarnos degustarnos a gusto, llenos de gozo goloso, con morbo tan tedioso que en la tercera corrida, siento el dolor de una herida que supura una y otra vez… por eso coge el látigo desgarrándome en tiras la piel, a ver si consuelas el dolor que siento, por haber traicionado a vuestro señor mi dueño y echarme ante los ojos de Dios a perder.

  Sólo me queda el consuelo, de no verla arrepentida, de ver enrojecidas las chapetas de sus pómulos y su sonrisa de placer. Ya quedo más tranquilo, cuando vos refiere el lustre de mi falo, que brilla como luciérnaga del pecado, arrancándonos unas risas que nos unen en despreocupación y olvido… haciéndonos cómplices en el camino del más lujoso pecado, que es gozar como dos locos enamorados.




Nadavepo.