Desarrolla mi querida señora, esa partitura
que me da la vida, que me estremece cuando vos la interpreta, que con vuestra
presencia me llena de dulzura, estremeciéndome de placer.
Y aunque sé que cometo un acto impuro, al violar
la confianza de mi señor que partiendo hacia la guerra, me deja como vuestro
“paladín” protector. Reviento de ira al no saber comportarme como un caballero,
pero es tanto mi deseo hacia vos, que corto el frio hielo con mi espada de
acero, en pleno candor.
Perdonadme el atrevimiento mi querida dama,
pero no paro de soñar noche y día… en buscar cobijo, en la acogedora fortaleza
que tiene entre sus piernas, derramadora de brea ardiente, que a mi lengua desuella
y a mi mazo envuelve, fundiéndolo en el caos más indecente.
Y vuelvo a pediros perdón mi querida señora…
por tratarla como a una yegua, abrumándola con obscenas palabras, mientras la
galopo con mi corcel vencedor. No quiero parecerle soez al penetrarla una y
otra vez, pero es que me desarmo sin mi coraza, metiéndome entre sus nalgas y arrancándole el cinturón
que la oprimía ayer.
Clamo al todo poderoso, por no darme el
decoro de poderme contener. Pero es que su savia es tan potente, que mi nariz
la huele y me echo a perder… no me puedo reprimir, abordo sus pechos, que no
sólo en ellos me pierdo, si no que los muerdo poniéndolos tan rojos, que se
ponen tan candentes, como las bolas de fuego del dragón Francés.
Atropellada forma de tomarla por detrás mi
querida doncella, pues sus refajos y mi armadura, nos entorpecen la locura de
profundiza hasta tocar fondo y derramar todo vuestro placer.
Poderoso es el ardor, que nos hace tener
fuerza de titanes, arrancándonos ropas y aceros… para dejarnos degustarnos a gusto, llenos de gozo
goloso, con morbo tan tedioso que en la tercera corrida, siento el dolor de una
herida que supura una y otra vez… por eso coge el látigo desgarrándome en tiras la
piel, a ver si consuelas el dolor que siento, por haber traicionado a vuestro
señor mi dueño y echarme ante los ojos de Dios a perder.
Sólo me queda el consuelo, de no verla
arrepentida, de ver enrojecidas las chapetas de sus pómulos y su sonrisa de
placer. Ya quedo más tranquilo, cuando vos refiere el lustre de mi falo, que
brilla como luciérnaga del pecado, arrancándonos unas risas que nos unen en
despreocupación y olvido… haciéndonos cómplices en el camino del más lujoso
pecado, que es gozar como dos locos enamorados.
Nadavepo.