jueves, 29 de diciembre de 2016

Las doce en punto












  Me pides que desnude mis bolas de navidad, porque con tu boca de fuego… quieres derretirme mi bastón de caramelo.

  Se olvidaron los turrones, mantecados y caramelos… sólo quieres felicitarme un año más, por la experiencia que hemos adquirido en el buen sexo.

  Quieres follarme de la forma más natural… complementándote con nuestro árbol de navidad.

   Bucólicas se encuentran nuestras miradas, acentuadas por la lujuria del deseo… el mismo que uso para morder tu boca mientras te agarro por el pelo.

  Que bonita estampa de navidad, dejas vislumbrar entre tu lencería roja… todos los adornos de tu cuerpo escultural.

  La noche de noche vieja y cuando las doce en punto vayan a dar, nosotros estaremos desaparecidos… y mi badajo hará que tu campana no deje de sonar.

  Que rica cena me propones: de entrante las cerezas de tus pezones, de primero tu ombligo de sudor relleno y de final tu concha con sabor a mar… y de postre las fresas de tus labios, aderezados con lengua trufada de pasión desbordada.

  Yo, para el día de reyes te he guardado tu regalo más deseado… un consolador de oro forjado, de mirra perfumado y ardiente como el incienso en bracero arrojado.




Nadavepo.




miércoles, 14 de diciembre de 2016

La Cabaña













  Hace frío en la cabaña de invierno. Tanto, que no concilio el sueño.

  Veo que tú si estas dormida plácidamente, por lo que te arropo echándote otro edredón por encima mientras yo me siento frente a la chimenea, no hay parte de mi cuerpo que no esté helada. Avivo las brasas y echo otro tronco al fuego, nada calma ese frío intenso que encarcela mi cuerpo.

  El calor que recibo de frente me alivia sutilmente, pero la espalda sigue helada. No han pasado ni diez minutos, cuando noto que otra fuente de calor está caldeando mi espalda, es tu cuerpo desnudo que reboza calor.

  Pones tus manos sobre mis oídos y rápidamente entran en calor, me conoces y sabes que llevo mal el frío. Me levantas del sillón  arrastrándome hacia la alfombra. Me dices.

Deja que te de calor.

  Yo asiento con la cabeza, porque sé que eres lo único que puede calentarme hasta el confort más absoluto.

  De pie y cara a cara, coges mi cabeza y la metes entre tus senos, mi nariz se reconforta, mientras mi otra nariz se estira, como si fuese la de Pinocho cuando cuenta una mentira.

Caliéntate los dedos. Me susurras.

  Coges mi mano derecha, la deslizas hacia tu caldera he introduces mi dedo índice en tu vagina. Un segundo para contemplar mi cara de placer mientras humedeces con saliva el dedo índice de mi mano izquierda, lo guías mágicamente hasta tu trasero introduciéndolo en tu ano, cráter ardiente donde los haya. Aprietas tus nalgas aprisionando mis manos y dejándome inmóvil, tú frotas tus muslos mientras mis manos empiezan a arder.

  Delicadamente encadenado a ti, aprovechas y diriges tu boca hasta la mía. Tu lengua danza alrededor de mis labios, mientras tratas de polinizarlos como abeja sedienta de miel, cuando por fin consigues desflorarme introduces tu lengua arqueándola sobre la mía como dos anacondas en el preámbulo del apareamiento. Mi lengua arde, el frío está abandonando mi cuerpo, ya puedo cruzar desnudo la estepa siberiana.

  Liberas mis dedos y me das la libertad, buscas el mejor de los objetivos dejándote hacer. Lascivamente me preguntas.

― ¿Te queda algún apéndice frío?

Algo queda. Te respondo suplicante.

Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Me replicas.

  Levanto uno de tus pies, pasando mi brazo por tu corva y suavemente apunto  mi vaina hacia tu vulva. Tengo la lanzadera a la entrada de tu vía láctea mientras algunas gotas de tu maná caen sobre mi falo ardiente. Mis manos sostienen fuertemente tus caderas, no dudo  en darte una fuerte  estocada con mi florete embadurnado por el lubricante del deseo.

  Ahora quedo inmóvil acoplado a ti, muerdo tus labios y te susurro roncamente.

Ahora, no sólo calientas mi apéndice sino que me alimento de tu ardor. Eres brutalmente erótica, algún día me matarás de placer.

Muévete.  Dices mientras entrelazas tu lengua con la mía.

  Yo sondeo tu paladar, cada diente es explorado por mi lengua, trato de alcanzar tu campanilla para enmudecerte en el preámbulo del orgasmo. Mientras, nos balanceamos como columpios movidos por el viento de la lujuria.

  Bailas como bailarina clásica en un solo pie, dejándote caer sobre mi cisne de cuello negro una y otra vez. Tu vaivén casi me hace zozobrar, como bote en pleno oleaje de alta mar. Ya saciada de orgasmos, notas como mi verga vibra intentando contener el semen en su interior.

  Te pones de puntilla y sacas mi falo de tu aterciopelado aforador, logras pisar suelo con tus dos pies, después de unos indefinidos minutos haciendo contorsionismo sobre mí  Nabucodonosor.

  Ralentizas tus movimientos, mientras te dejas caer de rodillas delante de mi durísimo ensamblador, lo introduces en tu boca mientras aprietas mis glúteos con tus dos manos. Succionas mi polla sin tocarla con tus manos, derrites mis entrañas, tu epicentro corta mi mirada observando cómo te deleitas chupándola como cuando lames tu cucurucho de chocolate.

  Arqueada mi espalda, mis glúteos apretados hasta el paroxismo y tú notando como planta carnívora, como mi leche sube y baja a lo largo de mi pértiga ya casi quebrada por el gusto. Ya estoy en el zenit, tú lo notas perfectamente y ayudándote con tus manos, me proporcionas la mejor corrida que hombre alguno pueda desear.

  Es increíble cómo puedes lograr que mis dientes dejen de castañetear, que mis apéndices entren en puro y nítido calor, notando como mi cuerpo  desnudo pueda atravesar el fuego sin arder, sintiendo el más dulce de los placeres.

  ¡Eres el calor de mi cabaña y el sol que derrite la nieve de alrededor!




Nadavepo.  








jueves, 27 de octubre de 2016

La chica Argentina - segunda parte











  Me fuí acercando nuevamente, pero no sé porque sincronicé con ella y supe lo que estaba pasando. Sacó su lengua y lamió mi comisura, aún a sabiendas de que nunca me había manchado, pero ella lo había preparado de esa manera y yo la seguí. Lupe elevo su trasero de la silla para poder acceder con más soltura a mis labios, los cuales recorrió con la punta de su lengua de un lado al otro. Casi por impulso y sin despegar nuestros labios, nos fuimos incorporando y rodeamos la mesa hasta ponernos de pie. Nuestros labios se matasellaban una y otra vez, menos mal que solo quedaba otra pareja en el restaurante y algunos camareros, porque si no podrían habernos llamada la atención por el arrebato de ardor que sentimos en nuestras entrañas en aquel mismo momento, llegando a mordernos la boca mientras tirábamos de nuestros cabellos.

  Salimos volando del restaurante como cometa que se escapa al viento, vertiginosamente nos dirigimos hacia mi moto que la había dejado una manzana más abajo. Yo la elevaba de su cintura mientras la giraba entre risas lujuriosas, avanzábamos despacio jugando a la gallinita ciega, pero en vez de ponerle las manos en los ojos, se la ponía en los pechos dándole vueltas, estoy totalmente convencido que las ninfas del deseo nos habían poseído. Ella me besaba, se subía a caballo y mordía mi cuello ni una vampiresa me hubiera dado tanto placer.

  No podíamos dar dos pasos sin palpar nuestros cuerpos, no importaba las miradas ajenas, ella tocaba mi culo mientras yo pellizcaba su ombligo. La maquinaria del preámbulo erótico se había puesto en marcha.

  No sé cómo llegamos con ropa a mi ático, en el ascensor nos desprendimos de la mitad de ella, el frenesí invadía cada poro de nuestra piel.

  Al entrar en mi habitación y sin preámbulo alguno, la achuché sobre la cama, donde cayó de bruces. Casi con una prisa incontenible, empecé a subirle su falda tubular no sin dificultad, no paré de subirla hasta dejar sus prietos glúteos libres, soló un pequeño hilo de tela roja separaba tan poderosas nalgas.

  Aquel arrebato la excitó en demasía, yo sólo percibía su respiración agitada luchando por respirar sobre el edredón. Ella tumbada boca abajo se dejaba hacer y yo la martirizaba incrustándole su tanga sobre los labios de su pubis, a la vez que elevaba las gomas para después soltarlas con fuerza y que marcaran su precioso trasero, a cada gomazo una franja roja quedaba marcada en su dorada piel. Mi falo levantaba mi bóxer queriendo salir, la lujuria no me respetaba.

  Sin previo aviso y en un arrebato cavernario, arranqué el tanga de su cuerpo, dejando visible su ano y parte de su jugosa raja, hipnóticamente y sin poder evitarlo me arrodillé separando sus glúteos y empecé a lamer su culo y la parte visible de su coño, algunos orgasmos se le derramaban sin convulsiones, simplemente casi mudos, casi etéreos, mágicos diría yo.

  No me saciaba, por lo que la giré poniéndola boca arriba, abrí sus piernas en forma de tijeras y seguí lamiendo su voluptuosa almeja, con las manos apretadas a sus muslos empecé a erguirme elevando su trasero y parte de la espalda, hasta que llegó un momento en el que sólo tocaba con la cabeza la cama. Prácticamente levitaba mientras yo le comía todo el perímetro desde su ano hasta su clítoris.

  Sus corridas eran afrodisiacas para mi verga, que ya no tenía voluntad propia. Sin esperármelo rodeó mi cuello con sus piernas aplicándome una llave que me tiró sobre el lecho, en un salto de trinchera puso su culo sobre mi pecho y con desesperación bajo mi bóxer, empezó a masturbarme suavemente a la vez que se incorporaba y la introducía en su boca, el vaho de su aliento, la calidez de su lengua y la lubricación de su saliva, casi me desmoronan en la primera envestida.

  Yo hacía un esfuerzo tremendo por no correrme, mientras ella mamaba ferozmente mi polla a la vez que estrangulaba mis testículos con la mano izquierda, sudores arcanos recorrían todo mi cuerpo, el placer que Lupe me producía y el esfuerzo que yo hacía por no eyacular era la mejor combinación  para desmoronarme interiormente en trocitos de azúcar.

  Las vibraciones de mi cuerpo, le indicaban a Lupe el estado en el que yo me encontraba. Ella, sabiéndose conocedora de su potencia sexual y de que un golpe más de sus labios sobre mi polla haría que me corriese, decidió girarse poniendo su coño en posición para ser penetrado, con su diestra mano atrapó mi verga y apuntó la cabeza de mi glande hacia su zona de amerizaje, de una sola tacada se encajó todo mi falo en sus entrañas.

  Si duro fue aquel ensamblaje, más duro fue amortiguar las embestidas que vinieron seguidamente, su forma de cabalgarme era de locura yo tenía que agarrar sus tersas tetas para frenarla un poco, con el objetivo de poder aguantar mientras ella gozaba como una posesa. Nuestras carnes vibraban como ondas en el agua, no sólo por el movimiento también por el gusto eléctrico que recorría nuestros cuerpos.

  Follábamos dejándonos llevar por las neuronas del éxtasis y aunque todo era sudor, jugos derramados y convulsiones, nuestras retinas ralentizaban todo lo que sucedía a nuestro alrededor.

  Yo y mi mente perversa, había planeado sobre la marcha follarla de mil maneras, pero nos fué imposible, la energía que estábamos derrochando sólo nos daba juego para mantenernos en aquella postura, no necesitábamos más. No sé cuánto duro, lo que si sé es que hubiera parado el tiempo, en el momento justo en el que nos llegó simultáneamente la descarga, de las estrellas mágicas del placer.

  Serpentinas de colores, nubes de algodón, fuegos artificiales y un despertar de varios minutos, fué lo que nos regalamos en aquel encuentro.

  Quedamos enganchados el uno del otro, nos prometimos amor eterno mientras esperábamos su vuelo a Argentina. Pero solo duro diez cartas, diez correos, diez postales. Tú al otro lado, yo en este y por medio un sabio océano que nos dijo: El amor en la distancia es difícil de guardar, quedaros con el recuerdo aquellas horas, de véngalas, chispas y mágica realidad.




Nadavepo.






martes, 25 de octubre de 2016

La chica Argentina - parte primera












  Como todos los años, nos juntamos un grupo de amigos para visitar la expo de las naciones. Era una exposición basada en los países latinoamericanos, su folclore, gastronomía, artesanía etc. Aunque a nosotros lo que más nos motivaba para visitarla, era probar la cerveza de todos los stand.

  Estando en el pabellón Argentino y mientras degustábamos unas cervezas con sus respectivas tapas, subieron al escenario una pareja de bailarines que tomando posición quedaron inmóviles. Un tango profundo empezó a sonar, aquella pareja empezó a danzar con unos movimientos firmes y seguros, era contradictorio oír un tango tan desgarrador y ver que sensualidad desprendía aquella pareja al danzar.

  Por un momento me perdí en los movimientos que aquella morena realizaba, falda tubular negra, blusa adornada con brocados negros, zapatos de tacón negro,  pelo largo y tan negro como el azabache. Era increíble que aún vestida de luto, emanará tanta vida, tanta belleza, tanto  color.

  Mis amigos seguían sin prestar atención a tan majestuoso baile, yo petrificado no perdía detalle. Aquellos movimientos eran contadores de una historia, en la que había mucha fuerza, desgarro, sensualidad y sobre todo pasión. Sus volatineras me hablaban del junco que nace fuerte al pie de la rivera, al que desgarra el aire sus esporas y que se mece al vaivén de los remolinos con una sensualidad inusitada.

  Yo obviaba todo lo que me rodeaba, solo la silueta contoneante de aquella chica y como si fuera una encantadora de serpientes, me tenía obnubilado. Rayos rojos y truenos azules pasaban por mi mente, no tenía capacidad para más, verla en aquellas poses era como ver elefantes rosas.

  Al acabar, bajaron del escenario y mientrás el chico se perdía entre bambalinas, ella se dirigió a la barra poniéndose  justo a mi lado, levanto la mano para pedir una botella de agua, su axila emano un olor a prado verde, a arroyo cristalino que pensé que traía adherido a su cuerpo la Pampa Argentina.

  Me gire arrodillándome y la mire fijamente a los ojos diciéndole.

―Permítame  pedirle un milagro, mi Sra. Virgen de Luján.

  Ella quedó sorprendida durante unos segundos, luego reaccionó y empezó a reírse a carcajadas. Luego hizo una pausa y respondió.

―Creo que me confunde usted con la patrona de Argentina.

  Arduo repliqué.

―Perdón si no es usted, pero no me puede negar que es una aparición divina.

  Volvió a sonreír, parece que le caí en gracia y decidió seguirme en la conversación.  Entonces me insinuó.

―Bueno supongamos que sí, ¿qué milagro quiere pedirme?

  No titubeé.

―Es sencillo, no le costara esfuerzo alguno, sólo quiero que me acompañe a visitar la ciudad. Algunos peregrinos entre ellos yo se lo agradeceremos.

  Su risa dejaba ver sus dientes de marfil, sus pómulos se acentuaban y dos hoyuelos en las mejillas le daban un toque seductor. Sus ojos se achinaban al reír dejando entre ver la dos perlas negras que tenía como corneas.

  Mujer decidida y valiente, me contestó sin yo esperar aquella respuesta.

― ¿Por dónde empezamos?

―Por el barrio de santa cruz, te gustará. Pero antes dame dos segundos.

―Ok. Respondió.

  Me volví hacia mis compañeros, que no habían estado atentos a la jugada y les dije.

―Chicos, nos vemos mañana.

  La algarabía se formó, empezaron a preguntarme que donde iba tan pronto. Yo les respondí.

―Pues no lo veis, voy a acompañar a esta Srta.

  Entendieron rápidamente de lo que iba el tema, por lo que me saludaron dejándome partir sin ninguna interrupción más.

  Paseábamos por las callejuelas de tan mágico barrio, cuando una gitana se nos acercó con un ramo de claveles rojos, le compré uno y ella se lo puso en el escote. Como me hubiera gustado ser abeja en ese momento y libar de esa flor.

  Llevábamos juntos casi tres horas, todo mi esfuerzo había estado en ser su guía y explicarle detalladamente todo lo que íbamos viendo. Aprovechamos para sentarnos y descansar en un banco de azulejos obrados en la misma cartuja, situado en una plaza coronada por una fuente de mármol, donde el rumor del agua acompasaba mis palabras, que ya tintineaban por lo que empezaba a sentir por aquella mujer.

―Te das cuenta que todavía no nos hemos presentado formalmente.

―No importa, nunca es tarde, me llamo Lupe. Respondió.

―Yo Alejandro, pero no Magno que ya quisiera yo.

  Lupe volvió a reírse, y cogiéndome la mano me levanto diciéndome.

―Ahora llévame a un buen restaurante, tengo hambre.

―Eso está hecho. Respondí.

  El almuerzo y la sobremesa se prolongaron varias horas, en las que aprendí montones de cosas de Lupe, a la vez que ella de mí. Estábamos en el punto, en el que los efluvios del alcohol y el entorno que nos rodeaba incluyendo la idílica música que escuchábamos, empezaba a llevarnos a rebasar límites.

  Ella me miró y dijo.

―Acércate a mí, tienes una mancha en la comisura de los labios.

  Yo me incline por encima de la mesa hacia ella, Lupe cogió la servilleta y me froto suavemente. Cuando creí había acabado intenté volver a mi asiento, pero ella elevó un poco la voz diciendo.


―Espera, aún no ha salido acércate más.




Nadavepo.




jueves, 6 de octubre de 2016

Clase de moral












   En el momento que contigo me crucé, supe que serias mi doctora, la que curaría las heridas de mis caídas.

  Ya más cerca de ti, descubrí a esa profesora de corazón amable, que me enseñaría a vivir.

 En el día a día comprendí, que serías mi abogada, la que tiene todo el derecho a amar y a ser amada.

  Con toda la confianza conseguida, te convertiste en mi institutriz, la que guarda de nuestra cama, mi secreto más varonil.

  Como germinas como pintora, cuando con tu pincel y tus acuarelas todo mi cuerpo de deseo decoras.

  Arráncame una pose de lujuria. Como maestra de la escultura, funde entre tus manos el barro, con el que moldearás mi placer.

  Recorreré con mi lengua, desde tus labios de besar mi boca hasta tus labios de acariciar mi polla… sensación que será, como andar por un barco pirata desde babor hasta estribor y volar desde los maravillosos tesoros de su bodega, hasta las pirámides de Guiza.

  Copular contigo, es como estar en el centro de un cruce de caminos… unos me llevan desde tu cuerpo a la gloria y otros desde tus orgasmos a los míos.

  Quien quiso darnos clases de moral, al decir que eran guarradas las palabras que nos dedicábamos al cabalgar…qué necio será el que no dice palabras  ardientes, al montar en la grupa del desenfreno más brutal.

  Castígame necio, una y mil veces más… porque a mi hembra siempre le diré, me vuelves loco con tu impresionante  y mojada forma de follar.

  Y toma nota y aprende… pues ella me insultará acaloradamente, porque querrá más y yo para complacerla no pararé de blasfemar.





Nadavepo.
 



 


domingo, 28 de agosto de 2016

Poker













  En esta partida de poker, yo soy tu joker… amenizo tus baladas sexuales, utilizándome en todos tus lujuriosos lugares.

  Andrómeda vespertina, que utilizas tu ansioso as de corazones para bajarme los pantalones… que jugada más traviesa, pues sabes que enseguida me la pones tiesa.

  Abarrotado de deseo me dejo hacer en mi as de picas, como lo haces fermentar… tres envites y empieza a gotear.

   Tonto seré, si enseguida me dejo ganar la partida… pero con solo ver tu pareja de tréboles, empiezo a dilatar y creo que ni con un trio te puedo ganar.

  Busco un póker magistral para poderte vencer, pero tu sacas una escalera de tus rojos rombos de perversión, arrojándome sobre el sillón… pierdo esta partida, y tú para celebrarlo bailas desnuda una zumba de aquelarre. ¡Porque sabes que estoy a punto de penetrarte!

  Te subes en mi delicado as de picas, te contorsionas, te balanceas, me galopas, pero  no notas en el clítoris mucha presión… crees que soy un francés remilgado, pero ni idea tienes del as que en la manga tengo guardado.

  Mientras me follas a la francesa, pego el cambio a la baraja española y cambio el as de picas por mi as de bastos… aquí si notas la patria entre tus piernas, te desmadejas mientras entro y salgo a la bandolera y sin descanso.

  Sudas, te desmelenas, aroma de sexo se esparce por toda la estancia… lamo tus axilas, tus codos, tus piernas, estremecemos juntos como lo hacen los juncos en la rivera.

  Una vez quedamos escurridos, saciados, ablandados, despresurizados, Te nombro mi dama de corazones, título que te otorgo por como late tu corazón desbocado.




Nadavepo.





   

martes, 16 de agosto de 2016

Sorpresa












  Me despediste con un beso en los labios, yo partía hacia el trabajo como cada mañana. El horario de mi jornada laboral era lo que tu más odiabas, pues me ocupaba todo el día y siempre regresaba a casa agotado. Tú siempre echabas de menos el sexo, pero yo con el ritmo de vida que llevaba no te lo podía proporcionar.

  Pero aquella mañana fue diferente, llegado al trabajo me informaron que la red eléctrica había caído, que no se podría activar hasta el día siguiente. Así que regrese hacia mi hogar con la intención de darle una sorpresa a Sofía.

  Cuando llegué a casa imaginé que ella podría estar durmiendo, pues gustaba de levantarse tarde, así que abrí la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido. Me encontraba en el salón y decidí desnudarme, para no molestar a Sofía encendiendo la luz del dormitorio.

  Me dirigí hacia el corredor, desde lejos observe que la puerta de nuestra habitación estaba entre abierta, un halo de luz salía del dormitorio iluminando el pasillo, por un momento pensé que estaba despierta y apunto estuve de llamarla. Pero luego pensé que se había dejado la televisión puesta y estaría dormida, por lo que callé.

  Me dirigí lentamente hacia el dormitorio, mi objetivo era no hacer ruido para despertarla. Conforme avanzaba oía unos susurros de fondo que no podía identificar, pero yo seguí pensando que era el televisor.

  A tres pasos de la puerta, oí una especie de… no sé en aquel momento lo que podía ser, la sensación era del ronroneo de un gato o algo así. En aquel punto, ya estaba yo muy extrañado, por lo que aumenté mi sigilosidad y cuidadosamente me puse en un ángulo en el que divisaba parte de la  habitación.

  Cuál fué mi sorpresa, al ver a Sofía tumbada sobre la cama con su mejor lencería, parecía estar preparando los preliminares para entrar en la euforia del sexo. Los sonidos que había oído mientras me acercaba, eran los susurros de una película erótica, que  aunque yo no la podía ver desde la posición que estaba, si podía oír a los actores gemir.

  Por un momento me encontré extraño, nunca había actuado como un voyeur, pero la verdad es que no podía moverme ni articular palabra, solo quería mirar. La sensación de observar sin ser visto, cargaba la adrenalina de mi cuerpo descompasadamente.

  Sofía entre abría los ojos, mientras sus fosas nasales no paraban de aletear, su respiración era cada vez más intensa y sonora. Yo perplejo quedé como una estatua de mármol, la quietud en mí era pasmosa.

  Ella hundía la nuca sobre la almohada, mientras se llevaba una de sus manos y la introducía entre su sujetador, acariciando su pecho. Su cuerpo empezaba a tensarse como las cuerdas de una guitarra, en un momento dado liberó sus senos de aquel sujetador tan suntuoso. Eso hizo que yo… aunque seguía inmóvil, no pudiera controlar el apéndice más loco de mi cuerpo.

  Al ver aquellas tetas tan sumamente bien torneadas, mí imaginación voló y aunque la había visto millones de veces desnuda, nada fué como aquella escena. Me excitaba por segundos, mientras ella seguía con su ritual erótico.

  Llevaba unos minutos acariciando sus senos, sus pezones endurecían sin límites, todo en ella estaba poniéndose terso y duro. Sus piernas arqueadas, sus vaivenes a un lado y a otro me estaban matando de placer. Bajó una de sus manos, posando su dedo índice sobre sus bragas de seda en el punto mágico, lo bajaba y subía en línea recta con una precisión milimétrica. Su boca entreabierta, susurraba el lenguaje del placer.

  De repente paró, me llevé un susto de acanto creí que me había descubierto pero no fue así, paro para deshacerse de sus bragas de una forma brusca, le molestaba todo lo que no fuese su cuerpo desnudo. Entonces su danza empezó a embriagarla cada vez más, sus movimientos eran picassianos no tenían sentido, pero contemplarlos erotizaba al más cándido de los ángeles del cielo.

  Empezó con mucha suavidad a acariciarse el clítoris, yo no podía medir los tiempos pero observaba como iba acelerando mientras el cuerpo se le ponía tan rígido que soló apoyaba la nuca y los talones sobre la cama. Mientras Sofía quebrantaba su cuerpo de placer, yo no pude evitar bajar mis bóxer y prender con la mano mi erecto pene.

  Mientras miro como te emancipas en tu sexo mágico y dorado, yo cual adolescente me masturbo refugiándome en la oscura luz del anonimato. Levitas sobre las sábanas blancas, aquelarre endemoniado por la lujuria que te ciega, mientras yo absorto en mi vaivén me ensaño.

  Tus aletas nasales vibran sin control, gorgotea tu garganta un dialecto perturbador, pezones empalmados y clítoris batidor. Yo entre acto, froto sin descanso mi órgano reproductor, mudo tendrá que ser mi orgasmo y no alertador. Pues disfruto sin palancón, viendo a escondidas la exquisita dulzura con la que se corre tu coño precioso y batallador.

  Contemplo como en una maratón, como vas al por el cuarto orgasmo. Y yo perdiendo el control, acelerando hasta la locura, buscando la meta del placer que me espera y cuando estoy a punto de estallar… un simple “argg” me delata.

  Miras hacia mí, me ves desarmándome pero no te desmoronas, al contrario te creces. Me miras con lujuria sin fin, abordas tu cuarto orgasmo de la forma más desmadrada, sin cortes sin pausas.

  Clavas tu mirada en la mía, jadeantes y sincronizados derramamos el más bestial orgasmo que nunca pudimos tener, después de unos segundos aturdidos por tanto placer, me indicas que me tumbe a tu lado y me susurras.

―Qué bonito es el sexo, en cualquiera de sus formatos.

  Yo te replico, con toda confianza y decisión.

―Desde luego amor, ven y mastúrbate de nuevo aquí a mi lado.




Nadavepo.





lunes, 8 de agosto de 2016

La Estocada












  Me atraes sutilmente hasta tu ruedo, de albero fino y delicado… y yo sin darme cuenta. Quizás porque soy neófito en el arte de la tauromaquia, no entiendo de capotes, ni de suertes, aún menos de pañuelos rojos, blancos o naranjas.

  Pero intuyo por tu brava mirada, que de estos lares quieres darme una lección magistral… para que me quede grabada a fuego, y jamás la pueda olvidar.

  Sin dejarme ni tan siquiera reaccionar, me embistes con tus temibles pitones… coronados con solapas rosas de puro deseo, que dejan marcada  cualquier parte de mi piel, allá donde se posen.

  De un encontronazo, me haces rodar por el suelo, mientras con tu mirada oteas mis puntos vulnerables… aunque tu casta diría, a por él, a doblegarlo en su punto más débil. Tú lo obvias y buscas prolongar la corrida.

  Quieres llevarte mi rabo, como el trofeo más preciado… yo intentaré que trabajes la faena, lo haré de cualquier manera antes de que lo puedas conseguir.

 Como traje de luces, utilizas los poros de tu piel  desnuda… esos que yo haré brillar, como cristales de Swarovski. Cuando los haga sudar, como sudará tu lengua y la raja de tu culo.

  Me atacas pellizcando mis pezones, cual si pusieras un par banderillas de múltiples colores… yo suelto un fuerte bramido, pues empiezas a nublarme todos los sentidos.

  Intentas destacar en la arena, mientras anillas mis lóbulos con tus enérgicas y eróticas manos… en este lance muerdes mi lengua, derramando en ella la saliva de tu lujuria contenida.

  Quiero darte un quiebro magistral, inútil es pues usas la muleta y me vuelves a tumbar… esta vez abierta de piernas sobre mi boca, me pones sobre las tablas del deseo. Embisto y no puedo parar de  succionar, la borla que corona la entrada, de tu puerta de la capilla de mi gloria.  

  Afilas mi estoque, con todas las herramientas de tu fragua… deseosa estas de recibir, una estocada o dos o tres, o las que hagan falta. Para derrocarme apretando tus nalgas, y debilitarme agotando lo que mi escroto como un tesoro guarda.

  Monosabio me vuelvo, al arrastrar tu cuerpo por toda la plaza…  me sebo con tu negra raja, donde clavo con todas mis fuerzas, no sólo una sino varias estocadas. Bramidos, bufidos, hasta sonidos de sirenas se nos escapan, que gran ovación merecemos por esta faena tan bien bordada.

  Nuestros cuerpos quedan vaciados, pero no de sangre sino de los jugos de la naturaleza divina… que gran corrida, esta es la que merece todo el esfuerzo, esta es la que nos da la vida.




Nadavepo.
 



  

jueves, 28 de julio de 2016

Saeta











  Ordéñame, ordéñame como lo hace el sol con la madrugada.

  Ordéñame como lo hace la abeja con la amapola sonrojada.

  Ordéñame y saca de mí, lo más profundo de la Vía Láctea.

  Da igual como lo hagas, con tus manos aladas, con tu boca aterciopelada o con lo más profundo de tus entrañas.

  Arranca de mi cuerpo con todas tus fuerzas, esas saetas blancas… y que cualquier parte de tu anatomía me sirva de diana.

  Verte asaeteada, ya sea en tus senos, tu boca o espalda, será convulsiones de placer para mi arco… que se tensa, a cada flecha en tu estremecedor cuerpo clavada.

  Te condecoraré con una medalla blanca, a tu pezón anclada… por ser la mejor amante, la más amada, la que hace fluir como el mejor zahorí de mi profundo pozo, la chispa de la vida más deseada.

  Grita tu grito de guerra, porque has ganado la batalla… deshojado he quedado sobre tus nalgas, anestesiado por éter que emana tu vulva encantada.

  ¡Dios mío! déjame aquí para siempre y que jamás llegue la madrugada… déjame abrazado, a la calidez de mi diosa de porcelana.





Nadavepo.




lunes, 11 de julio de 2016

Mi Jefe II













  Había pasado el tiempo suficiente, para que yo hubiese desestimado cualquier tipo de probabilidad de tener sexo con él… sólo sexo, pues nunca había buscado otra cosa con mi jefe.

  Pero aquella mañana, sucedió algo que siempre recordaré… a esas alturas, yo ya iba sin maquillar y no prestaba mucha atención a mi forma de vestir.

  Ese día hacía un calor insoportable, para colmo los aires estaban averiados… yo estaba de pie al borde de la mesa de mi escritorio, cuadraba unos gastos para presentárselos a mi jefe.

  No me dí cuenta hasta sentir su aliento en mi oído, que estaba detrás de mí observando como cuadraba las cuentas… o al menos era lo que yo pensaba en ese momento, yo quieta seguía con mi labor.

  El calor era atroz, su cuerpo junto al mío hacía de central térmica, que logró subir aún más la temperatura de mi cuerpo… yo llevaba un vestido de tirantes tipo camiseta de color gris, todo de algodón, ceñido y hasta la altura de los muslos.

  Él callado, yo desprendiendo gotas de sudor, que bajaban de mi nuca perdiéndose en el canal de mis pechos… mis axilas sudorosas habían marcado el vestido, también el algodón gris había oscurecido por mi pechera.

  Poco a poco noté que su respiración se descompasaba, estaba tan pegado a mí por detrás que podía oír los latidos de su corazón… ese desequilibrio en su cuerpo hizo que me pusiese cachonda, pero yo seguía imperturbable.

  En mi interior la voz de mi ángel me decía: tanto tiempo esperando ésto, y ahora que lo tienes te quedas estática… por otro lado el diablillo de mi mente me apremiaba gritando: putéalo, hazlo sufrir.

  No hizo falta ninguna de las dos cosas, cuando menos me lo esperaba noté su mano en mi trasero… entonces fuí yo la que aceleró sus pulsaciones, casi superándolo a él.

  Acercó su boca a mi cuello, empezó a lamer mi sudor mientras metía su mano entre mis bragas… su mano al igual que su lengua, se deslizaban con la misma sutileza con la que lo hace el patinador sobre el hielo.

  Me encontraba como si estuviese duchada, y no por el calentón que estaba sufriendo, que también, si no por el sudor incesante que no paraba de brotar de mis poros… él levantó mi mano izquierda y después de oler mi axila unos segundos, empezó a lamerla sin contemplación.

  La vibración, el gusto, el éxtasis que yo sentía no tenía palancón… él hacía y yo me dejaba hacer ¡me mataba de placer!

  Su mano trabajaba sin descanso sobre mi culo, las bragas por las rodillas y yo extasiada… para cuando su dedo más arpio llegó a mi coño, yo era una reverberación de espuma suavizante.

  Qué placer daba el muy cabrón, yo atolondrada mientras él me colocaba… leves orgasmos se me habían escapado ya, cuando sin previo aviso ¡zag! su polla dentro de mí está.

  Que pintura más vanguardista nos hubiera hecho Picasso, yo con el vestido como cinturón, las bragas a la altura del trapecista y él cómo arlequín, metiendo el poste descomunal en el centro de la pista.

  Arremetía una y otra vez contra mi culo, yo desplazaba el escritorio a cada embestida… nuestra forma de follar, hubiera sido plausible en el mejor de los teatros.

  Agarrado a mis tetas, no dejaba de vapulearme… mi vagina podía haber encendido fuego, si hubiésemos sido supervivientes en una isla.

  Era un polvo eterno, de grandes gemidos y mayores aspavientos… cuadernos por el suelo, lapiceros revueltos sobre la mesa y una filosofía en mente “fóllame hasta que se acabe el día”

  En una de mis enculadas, me frenó en seco… no sé cuánto tiempo estuvo clavado en mí sin moverse, pensé que se estaba corriendo dentro de mí o que lo haría en segundos ¡me equivoqué!

 Me giró, me tumbó en la mesa e inagotablemente siguió penetrándome una y otra vez… era de locura, bendita locura.

  Yo lo miraba a la cara, no podía definir en qué momento estaba… aquel hombre me iba a desfallecer a polvos.

  Marcó sus manos en mis pechos, en mi culo, en mis muñecas, en mis tobillos y los lapiceros marcaron mi espalda… sin dolor, todo con mucho gusto.

  Su cuerpo brillaba del sudor que lo recorría, del esfuerzo que acometía… y cuando yo ya no sabía que orgasmo era el que me correspondía, saco su polla de mi coño, parecerá una locura lo que pensé: pero aquello parecía una manguera cortada de repente con un hacha y pegando latigazos hacia derecha e izquierda soltando su flujo sobre todo mi cuerpo.

  Cuando todo acabó y pudimos recomponernos, él me dijo.

― ¡Perdóname! no sé qué me paso, vi una gota de sudor bajar hacia tu pecho y me volví loco.

  Yo quedé patidifusa, mientras pensaba: después de perseguirlo con mis mejores galas, los más caros maquillajes y la lencería más erótica del mercado, va después de varios años y me dice que una gota de sudor lo ha vuelto loco. No tuvo ni la menor idea de cuantas veces lance la caña para pescarlo. No puede ser, mi mejor golpe de efecto ha sido una gota de sudor.

  Cuando volví en si le respondí.

―No importa, no te preocupes, yo también he colaborado.

― ¿Quieres que vallamos mañana a cenar? Pregunto mi jefe.

―Jamás, tú y yo no somos compatibles, tú solo has sido un punto de sexo. Yo lo recordaré como un buen polvo, pero aquí se queda zanjada la historia.

  Desde ese día, nunca me sacó el tema. Además me respeta en demasía, ahora soy yo la que parezco su jefa en vez de él.





Nadavepo.