sábado, 23 de mayo de 2015

Burbujas








   Y fuimos descubriendo el sexo, sin apenas darnos cuenta.

Miradas y tiernas caricias eran para nosotros una enorme proeza.

Y la curiosidad nos hacía profundizar cada vez más, en ese paraíso del que no quieres salir jamás.

Torpemente y con mucha vergüenza, dilucidábamos nuestros cuerpos desnudos.

Yo no sabía dónde tocarte o besarte, tú tampoco lo intentabas por temor y desconocimiento.

Pero cuando llevábamos unos minutos contemplándonos, algo que parecía haber estado en nuestro interior desde nuestro nacimiento se encendió.

Algo mágico recorría nuestro cuerpo, guiándonos como autómatas hacia los puntos más vulnerables de nuestro cuerpo.

Bese las zonas más cálidas de su cuerpo, acaricie lo que mis manos querían acariciar.

La investigue, la examine y la cate al igual que ella a mí.

Explorábamos el uno el cuerpo del otro, abríamos zonas tapadas y tapábamos zonas abiertas.

Urgía encontrar agua en su precioso pozo, yo lo sondeaba buscando aquel perfumado líquido.

Ella no solo me regalo su preciado mana, también me obsequio con sus burbujas. Al principio pequeñas, pero fueron creciendo según yo la iba sondeando y acariciando y besando y acelerando.

Hasta que en la burbuja más grande me subí con ella y empezamos a elevarnos, mientras ascendíamos vimos unicornios rosas, arcos iris velados, prados de amapolas negras, gansos dorados. Y de repente y cuando estábamos a mil pies del suelo la burbuja estallo.

Para cuando pude abrir los ojos su cuerpo estaba sobre el mío. Ella  despertaba tan sutilmente como mariposa saliendo de su capullo, nuestros labios se buscaron con una atracción magnética difícil de explicar.

Nos fundimos en un vaporoso beso mientras  rozábamos el paroxismo y el mundo seguía girando a nuestro alrededor.

 ¡Y nosotros sin enterarnos!




Nadavepo.






lunes, 18 de mayo de 2015

Nuestro Estandarte








    Mientras algunos remilgados, buscaban el piso de estudiantes o la casa de los padres para hacer el amor.

Nosotros como caballos salvajes, buscábamos el aire fresco de la naturaleza para realizar nuestras proezas.

Lo mismo follabamos en la montaña que en la rivera de un rio, a veces incluso en los jardines de la catedral.

Y mientras culminábamos en el mejor éxtasis nuestro coito enloquecedor, veíamos como la gente paseaba a nuestro alrededor.

Nadie se percataba de nuestros excesos, pues éramos como dos camaleones encaramados a un cerezo.

Éramos como licántropos en celo, lo mismo follabamos con un calor desmedido que en el más intenso frio.

Buscábamos la excitación frenéticamente, y no dudábamos en hacer el amor en las casetas de control de la Renfe.

Nos encantaba culminar cuando pasaba un tren cargado de gente, la adrenalina por si nos pillaban estaba siempre latente, ese morbo nos hacía diferentes.

Lo mismo follabamos en cualquier rincón del campo de día, que buscábamos el amparo de la noche para follar en cualquier esquina.

Cuando las noches de helada, en cualquier escalón te sentabas sobre mí a horcajadas, nuestros pezones duros como el diamante podían rayar el duro cristal.

Qué bonito era recitar los tres tiempos del verbo follar, yo follo, tu follas, nosotros follamos.

Por eso nosotros usábamos como estandarte…
“Folla en libertad y sin decoro, saboreando el sudor de cada poro”




Nadavepo.