viernes, 6 de marzo de 2020

El Deseo












   Narigudo y Sonrisitas estaban abocados a desearse desde siempre.

  Todo comenzó una noche de abril, en una concurrida fiesta en las afueras de Córdoba; Narigudo se acercó a Sonrisitas con temor a ser rechazado, pero parece que con el alcohol todo fluía aquella noche de una forma casi desconocida para ambos.

   Él, la podía oler, casi tocarla, oía su vibración; pero él sabía que muy bien se tenía que dar la cosa para que su dueño lo dejara salir de su encierro, que por cierto aquel día su mazmorra tenia las paredes blancas; su amo solía cambiárselas a diario de color.  Narigudo pensaba en Sonrisitas metida también en su habitáculo, quizás rosa, tal vez negro, o en el mejor de los casos rojo; a cierta distancia trataban de conocerse, aunque les resultaba difícil dado que sus respectivos dueños no ponían los medios suficientes  a su alcance, además estaban embutidos en los vaqueros y la música sonaba a todo volumen, le resultó imposible hablar con ella, incluso gritando no era oído.

   Aquella noche, Narigudo se marchó para casa trise y desolado, no sabía cómo Sonrisitas se había quedado, pero él  se sentía en deseo desbordado pero en intenso dolor de no saber cómo su dueño podía apagarlo. Antes de llegar a su morada, Narigudo sólo recuerda que los efluvios del alcohol, hicieron que su dueño lo dejara asomar la cabeza varias veces para soltar lastre, así que aquella noche sólo vio la rueda de un vehículo aparcado de mala manera, al cual puso chorreando con su agüita amarilla, quizás mi dueño quiso sacarme allí, para castigar a dicho conductor por su pasotismo, también meé sobre el metal de una farola, con el consiguiente miedo a quedarme electrocutado, mi dueño a veces se portaba el muy cabrón como un KamiKaze conmigo, por último vi unos adoquines mugrientos, en los cuales al salpicar puso sus zapatos como un traje de flamenca, lleno de lunares.

    Al día siguiente al despertarse, Narigudo se sintió muy fuerte y vigoroso, había montado una tienda de campaña con las sábanas pensando en Sonrisitas; estaba muy contento pues su dueño por las mañana solía tomar una ducha, que al contrario de un baño lo hacía especialmente feliz.

  ¿Por qué le gustaba más una ducha que un baño? Pues era muy simple, en cualquiera de los dos momentos su señor lo dejaba libre; cosa que lo hacía muy dichoso,  pero al contrario que en la ducha, en la bañera tenía que luchar por tener su cabeza fuera para poder respirar, le aterrorizaba tener su ojo avizor sumergido e asfixiado por la espuma, por el contrario la ducha era eficiente y certera, las gotas chispeantes lo golpeaban haciéndolo ponerse de mayor grosor y mucho más valiente… tan valiente, que si su dueño se descuidaba, podía escupir a varios centímetros de distancia, sus escupitajos blancos; ni el mejor escupidor de huesos de aceitunas, hubiera logrado superarlo en su alcance, él creía que a su dueño eso le gustaba, pues cuando lo hacía, ponía caras estrambóticas, además hacia ruidos guturales que ni yo mismo los podía traducir; el caso es que cuando yo soltaba aquellos espermatozoides tan juguetones, mi señor se relajaba y quedaba tan contento como marrano que se va volando.

  Narigudo notaba en sus erecciones, que su señor echaba de menos a Sonrisita, pero con seguridad no tanto como él,  así pasaron los días entre idas y venidas, deseos y pasiones, y muchas ganas de volver a ver a Sonrisitas, sólo sobrevivían al lento pasar del tiempo, retozando entre escupitajos blancos, de la ducha a la cama.

  Era sábado, tocaba salir, y yo contento de ver a mi dueño acicalándose para ir lo más guapo posible, a una fiesta que había sido invitado. Era en el chalet de un amigo suyo, la preparación fue interesante, pues a la hora de vestirse mi señor, se vio negro para enfundarme en aquel slip tan sumamente picante. ¡Joder! pero el tío era a veces tan bruto, que si no entraba, era capaz de degollarme la cabeza.

  Llegados a la fiesta, mi señor mientras iba saludando a sus colegas, observaba más allá, yo puse ojo avizor por si a él se le pasaba algo interesante, poder darle un toque de atención. Recorrió el recinto con la mirada, mientras la gente no paraba de entrar, de repente mi dueño se quedó clavado, observando como un ramillete de bellas señoritas entró a la fiesta. Las fue desglosando poco a poco, pero mucho antes de que él se diera cuenta, yo noté que entre aquel ramillete estaba Sonrisitas, pequé tal respingo que acojoné a mi señor. Alegría a raudales me entró por mi cilíndrico cuerpo, marcando mis venas como si fuera la Masa antes de ponerse verde para entrar en  acción. Mientras mi dueño quedaba embobado, al cruzar la mirada con la dueña de Sonrisitas; yo trataba de salir de aquellos dos envoltorios donde me hallaba atrapado, intentando hacerme ver por mi alucinante Sonrisitas, que aún sin verla, ya podía intuir como seria, pues cortaba en dos los vaqueros de su señora; tremendo cañón al cual yo quería bajar desaforadamente.

  ¡Por fin! Después de unas horas de espera, mi señor se encontraba en una de las habitaciones del chalet, con la señora de mi amada Sonrisitas; ellos empezaron muy sutilmente y con mucha floritura, en el preámbulo del apareamiento, Sonrisitas como dama refinada contenía sus impulsos, yo como macho alfa y llamándome Narigudo; entenderéis que estaba como un toro desbocado, ¡casi desabrocho la cremallera de mi señor a cabezazos, antes de que lo hiciera el!

   Cuando por fin mi señor y su señora estuvieron desnudos frente a frente, y yo pude ver al natural a mi amada Sonrisitas, los aspavientos de alegría y emoción, me hacían comportarme como un niño retozón. Sonrisitas no dejaba de mirarme con su sonrisa vertical, mientras yo empezaba a mostrarle mis chispitas cristalinas, con las cuales me frotaba la cabeza, para ponerla brillante, antes de entrar en su morada, que uno es un caballero de tomo y lomo, y no entro a casa de nadie de cualquier forma y menos sin darme un poquito de brillantina.

  Yo trataba de alcanzarla como el galgo a la liebre, pero mi señor y su señora se lo tomaban con calma, aunque a Sonrisitas ya se le caía la baba entre sus labios, es como que quería darme un mordisquito, aunque os puedo jurar, que hubo un momento que me asusté un pelín, pues lubricaba tanto, que en vez de un mordisquito, pensé que si aquello tenia dientes, me podía arrancar la cabeza de un sólo bocado. Cuando llegó el momento de acoplarnos, yo iba con algo de recelo, pues no sabía si saldría decapitado de allí.  Mi señor me apunto con mucha certeza, sobre aquellos esponjosos labios, cuando me fui deslizando hacia adentro, tuve que encender mi linterna de minero, para poder ver por donde andaba, una vez dentro descubrí que ni el palacio de Buckingham ni la misma capilla Sixtina, encerraban los tesoros que encerraba mi Sonrisitas en su interior, terciopelo rojo envolvía sus paredes, mármol blanco su pavimento, ámbar liquido bañaba mi cuerpo al balancearme dentro.

  Yo disfrutaba mientras mi grosor aumentaba, tenía miedo a estallar y ponerlo todo patas arriba, ¡pero es que ella me lo pedía! Así que al unísono nos lo dijimos, ¡que sea lo que Dios quiera! Y que salga el chorreón por donde sea… que ya nuestros dueños se encargarán de meterlo todo por vereda.


Nadavepo
 


martes, 3 de marzo de 2020

Nuestros Sueños













  Hablábamos tú y yo de los sueños, de la diversidad que hay, de lo coloridos que pueden ser, lo románticos que son a veces, de cómo nos hacen viajar, también de lo terroríficos que pueden llegar a ser. Pero nuestro objetivó común, era llegar a los sueños que tú con mucha sutileza llamas húmedos, y yo con mucha desvergüenza llamo calientes.

  Empezamos a hablar de ellos, con mucho tacto; tú dejaste que yo iniciara el entreacto, así que te pregunté cuál de los sueños acaecidos en tu mente, habían humedecido tu zona púbica con más coraje. Quedaste pensativa durante unos segundos, no sé si era porque ganabas tiempo para contarme alguno light, pues  conociéndote, sé que no querrías profundizar por la vergüenza que te caracteriza, en aquellos sueños que verdaderamente, te habían arrastrado al desorden total sobre tus sabanas.

  Muy inteligentemente, tal y como tú eres, me devolviste la pelota, diciendo que no era justo, que al ser yo el más descarado seria yo el que tendría que empezar; acepté rápidamente, pues es verdad que en el sexo no tengo reparos ni para practicarlo ni para comentarlo, claro está, sólo con mi susodicha, pues son cosas para nosotros y no para el mundo, es ahí donde radica el arte de amar y la caballerosidad…

― Ni decirte tengo, y como tú bien sabes, que yo sin haber pertenecido nunca a los Boy Scouts, me levanto todas las mañanas con la tienda de campaña montada.

  Sabía que con estas palabras le arrancaría una sonrisa, llevándola a una zona de confort, donde ella empezaría a soltarse.

― Jaja, continúa trasto, no le des tantos rodeos y ve al grano, cuéntame ese sueño que te ha quitado el aliento a media noche ¡Que seguro será lo que yo estoy pensando!

  Yo sonreí y volví a la carga, intentando mezclar el picante con lo dulce, con una buena dosis de humor.

― Verás, sé que sabes lo que estoy pensando, pero a lo mejor lo piensas, porque a tí se te ha pasado también por la cabeza…

  Yo sonreí, porque sabía lo que vendría a continuación, ella se pondría a la defensiva y me respondería rápidamente.

― ¡A mí jamás se me ha pasado por la cabeza, hacer un trío con otra mujer!

  Yo sonreí nuevamente, sabía exactamente que pensaba en eso, así que le respondí:

― Con otra mujer no, pero seguro que has soñado con hacerlo con dos hombres…

  Sabía que la pondría nerviosa, así que me reí mientras esperaba su respuesta.

― Yo… no ¡jamás he tenido un sueño de esa índole!

― Eso lo dices con la boca chica.

  Le dije casi riéndome a carcajadas, pues quería sonsacarla, la mantendría entre el cabreo sano y el desconcierto total.

― ¡Te juro que no! que jamás he tenido ese sueño, además no te vayas por las ramas, que me estas enredando, quieres zafarte de contar tu sueño más perverso, ese que en vez de montarte una tienda de campaña, te hace  montar una haima de bereber.

  Ella también tenía su sentido del humor, y me lo endosaba antes de que me diera cuenta, no tuve más remedio que soltar una tremenda carcajada con lo de la haima de los bereberes. Tuve que tomar aire para continuar hablando.

― No me voy por las ramas,  pero es que tú no te oyes en sueños, diciendo… “más Carlos dame más, y tu Alex concéntrate joder”.

  Me meaba por dentro, esta cuña la había metido de mi cosecha para ponerla a noventa. Así que antes que se persigna un cura loco, me respondió:

― ¡Eres un mamón! Yo no hablo cuando sueño, me estas enredando para mosquearme.

  Yo disfrutaba por dentro con este juego, digno del mejor estratega. Aunque sabía que no podía forzar la situación mucho, para no pasarla del humor al cabreo absoluto. Así que aflojé un poco diciéndole.

― Era una broma cariño, tú no hablas en sueños, sólo lo haces cuando sueñas con el chocolate, y dices: “que ico, me lamo to el deo” 

  Yo me estaba partiendo de risa, pero es que ella estaba cogiendo el compás, y se reía al unísono conmigo.

― Vaya pieza que estas hecho, es imposible hablar contigo enserio, me toreas y tratas de no contarme tu sueño más cachondo. Así que si no largas ya, ¡esta noche te follas a un pez!

   Nos volvimos a reír los dos de una forma desaforada, que bien no lo pasábamos, yo volví de nuevo la carga, pero esta vez no con mis bromas, esta vez estaba dispuesto para contarle mi sueño.

― Cielo, mis únicos sueños eróticos son contigo. Mira el último que tuve, fue súper chulo. Escúchame atentamente, que te lo cuento…

   Imagina el viejo oeste, en el yo era un buscador de oro, loco por alcanzar el éxtasis en una rica mina, que encerraba tremendas sorpresas.  Hasta llegar a ella tuve que hacer un largo viaje, en el cual me espera miles de aventuras. No había caminado mucho, cuando un pájaro posado sobre un álamo, me susurró:” sé que buscas la mina de las tentaciones, pero para llegar hasta ella, primero has de hacerte con un mapa para encontrar el camino. Discurre dónde puede estar, seguro que lo tienes más cerca de lo que puedes imaginar”. De repente echó a volar y me dejo con la palabra en la boca, tuve que cavilar sobre aquel acertijo para encontrar el sitio de mi destino.

  Hice mil cábalas, hasta averiguar lo cerca que estaba de mí la solución, el camino estaba escrito en el mapa de tus labios, ¡que grata sorpresa me llevé al descubrirlo! así que sin dudarlo te besé profundamente, fue en ese justo momento donde empecé mi dulce y apasionada andadura.

  Una vez dí el primer paso, todo fue rodando, el mapa de tus labios me indicó al segundo punto donde debía de llegar. Bajé por una suave caída tan esbelta como el cuello de un cisne, hasta llegar a tus clavículas, la única sujeción que tuve para tan vertiginosa descenso, fue mi lengua, que deslizándose sobre tu cuello me llevó a posar mis labios entre la neutralidad de tu esternón y la desnudez de tus pechos.

  Allí, recé una oración apoyando mi cabeza sobre él, pues desde allí hasta el siguiente punto la cosa estaba dada, sólo tuve que bajar unos centímetros, para degustar lo que tu bien sabes poner erecto, para darme el flash que tanto gustito me da. Amordazado quede a tus pezones, mientras mis manos no hacían nada más que nadar entre tus senos, rompeolas era tu espalda que yo acariciaba, mientras disfrutaba de la tesura de tu mapa.

  La erección de tus pezones, me indicaron que tenía que caminar hacia el sur, yo sin caballo en el que montar, me conformaba con que mi fusta se pusiera a trabajar. Bajé hacia el punto cardinal indicado y tropecé con una taza de té, en tu vientre situada, me quito la sed y me dio ánimo para que continuara…

  En este punto perdido me encontraba, así que para abarcar más terreno, mis manos sobre tus glúteos se posaban; y mis labios ciegos buscaban, esa mina dónde la gloria me esperaba.

  Hice el resto del camino a pie, mientras el mapa apretado entre mis labios llevaba, hasta que ¡por fin llegue a esa mina! tu mina tan deseada… Sin más herramientas que mi lengua y mis manos, me puse a escarbar buscando tu pepita de oro, esa pepita que nos llevaría a la fortuna del placer por igual… disfrutaríamos  en paralelo; yo por ser el minero que busca, y tú por ser la mina, que el más exquisito oro me da.

― Deja ya de contarme tu sueño de esmeralda y cristal, rodéame entre tus brazos y vuélvelo a recrear, poséeme sin descansar, como el minero que se vuelve loco por tan preciado metal.

  Aquí termina la historia de un sueño, que la fortuna quiso que se hiciera real, repartiendo aullidos y crujidos sobre dos cuerpos que se aman de verdad.




Nadavepo.




 

miércoles, 5 de febrero de 2020

Vuestras Cortinas













  Que mágica es la fuerza que ejerce vuestra desnudez ante mí. Tan mágica, que me perturba el cuerpo y el alma… obnubilando mi visión, quebrando mi voz; y haciendo latir con más fuerza mi corazón.

  No quiero ni imaginar, cuando en vuestros aposentos yo vuelva a entrar ¡lo que sucederá!… óleo sobre cuadros derretido, al vernos fornicar;  velas fundiéndose caerán al suelo, para nuestro deseo intentar amortiguar; alfombras erizadas, absorberán los jugos exquisitos que salgan de nuestro paladar; todo como en un mundo mágico se tornara.

  Vos abriréis vuestras cortinas, para que mi faro de luz entre hasta vuestra cocina; esa cocina donde se fragua la calidez del amor más dulce y la acidez del sexo más potente… ese sexo ardiente, en el cual tenemos que ser muy valientes, para poderlo acometer.

  Me desangraré, quitándoos el vestido, hasta que pueda ver vuestro ombligo y gritar ¡llegue a tierra de Jerusalén! Tierra Santa, donde alzaré al cielo las más emotivas plegarias, pidiéndoos que me galopéis con la máxima pasión.

  Perderé la noción del tiempo, mientras me incrusto en vuestro cuerpo, por las puertas de la gloria o las del averno. Sintiendo sobre mi tez, la calidez de la sangre derramada, sobre el campo de batalla. Mi lucidez quedará perturbada, por los brebajes que vos  con sus labios  posara sobre mi boca; y yo me reiré de Juana la Loca, dudando… que como hombre, por amor pueda como mujer enloquecer.


Nadavepo.