Mírame desfilar con mi capirote erecto, bajo
el palio de tus piernas. En mi calvario soy atravesado por el puñal de tu
deseo, el humo de los cirios ciega mi mente dejándome al borde del vómito del
placer.
Como dama anclada al palio de mi excitación,
derramas lluvia dorada edulcorada con tintes de lujuria… que me hace vibrar entre los latidos de tu
perversión.
Arde mi falo como cirio rojo en penitencia
desmedida, mientras arponeas mis ingles
con tus moradas uñas. Cara virginal, labios de diablesa, sucumbo ante las mil
formas de pecar, cuando introduces en mi Vía Apia tu juguetona lengua.
Tiembla mi verga, como las pieles de los
tambores tiemblan, al ser golpeadas por tus tacones de estratosfera. Cilicio de
enramado gusto, son los bocados que descargas sobre mis entrepiernas.
Me flagelas alborotada, como hidra que castiga
al apóstata que no quiere penitencia alguna.
Pero notas, que necesito inmovilidad para dejarme azotar, mientras yo me
dejo llevar y sucumbo a la fusta de tus manos.
Francamente fracaso, en la cuaresma que
precede a este acto tan solemne, donde yo me vuelvo irreverente y no guardo
castidad… porque me es imposible, si tú respiras a mi lado y con tu meñique la
orquesta empiezas a tocar.
Procesionaré siempre hacia tu ermita, donde
clavaré hasta lo más hondo mi baquetón… dejando encalada toda tu entrada, tu
fachada, tu campanario y los jardines de alrededor.
Y antes de que mi vela se agote, deja que mis
últimas gotas de cera se desplomen sobre tu boca… quemándote tu lujuriosa boca,
dejándote tan saciada que no me puedas besar.
Creeré que soy el capataz de tu sexo, pero
nada más convexo, tú me dominarás y magullarás todo mi cuerpo hasta estremecer,
y cuando me lleves al zènit y mis piernas no puedan responder… tendrán que
cargarme en unas andas, para llevarme al purgatorio donde me pueda restablecer.
Y si es mi penitencia, en tu fuego arder…
quémame todos los días, que como el Ave Fénix de mis cenizas resurgiré.
Nadavepo.