Había pasado el tiempo suficiente, para que
yo hubiese desestimado cualquier tipo de probabilidad de tener sexo con él…
sólo sexo, pues nunca había buscado otra cosa con mi jefe.
Pero aquella mañana, sucedió algo que siempre
recordaré… a esas alturas, yo ya iba sin maquillar y no prestaba mucha atención
a mi forma de vestir.
Ese día hacía un calor insoportable, para
colmo los aires estaban averiados… yo estaba de pie al borde de la mesa de mi
escritorio, cuadraba unos gastos para presentárselos a mi jefe.
No me dí cuenta hasta sentir su aliento en mi
oído, que estaba detrás de mí observando como cuadraba las cuentas… o al menos
era lo que yo pensaba en ese momento, yo quieta seguía con mi labor.
El calor era atroz, su cuerpo junto al mío
hacía de central térmica, que logró subir aún más la temperatura de mi cuerpo…
yo llevaba un vestido de tirantes tipo camiseta de color gris, todo de algodón,
ceñido y hasta la altura de los muslos.
Él callado, yo desprendiendo gotas de sudor,
que bajaban de mi nuca perdiéndose en el canal de mis pechos… mis axilas sudorosas habían
marcado el vestido, también el algodón gris había oscurecido por mi pechera.
Poco a poco noté que su respiración se descompasaba,
estaba tan pegado a mí por detrás que podía oír los latidos de su corazón… ese
desequilibrio en su cuerpo hizo que me pusiese cachonda, pero yo seguía
imperturbable.
En mi interior la voz de mi ángel me decía:
tanto tiempo esperando ésto, y ahora que lo tienes te quedas estática… por otro
lado el diablillo de mi mente me apremiaba gritando: putéalo, hazlo sufrir.
No hizo falta ninguna de las dos cosas,
cuando menos me lo esperaba noté su mano en mi trasero… entonces fuí yo la que
aceleró sus pulsaciones, casi superándolo a él.
Acercó su boca a mi cuello, empezó a lamer mi
sudor mientras metía su mano entre mis bragas… su mano al igual que su lengua,
se deslizaban con la misma sutileza con la que lo hace el patinador sobre el
hielo.
Me encontraba como si estuviese duchada, y no
por el calentón que estaba sufriendo, que también, si no por el sudor incesante
que no paraba de brotar de mis poros… él levantó mi mano izquierda y después de
oler mi axila unos segundos, empezó a lamerla sin contemplación.
La vibración, el gusto, el éxtasis que yo
sentía no tenía palancón… él hacía y yo me dejaba hacer ¡me mataba de placer!
Su mano trabajaba sin descanso sobre mi culo,
las bragas por las rodillas y yo extasiada… para cuando su dedo más arpio llegó a mi coño, yo era una reverberación de espuma suavizante.
Qué placer daba el muy cabrón, yo atolondrada
mientras él me colocaba… leves orgasmos se me habían escapado ya, cuando sin
previo aviso ¡zag! su polla dentro de mí está.
Que pintura más vanguardista nos hubiera
hecho Picasso, yo con el vestido como cinturón, las bragas a la altura del
trapecista y él cómo arlequín, metiendo el poste descomunal en el centro de la
pista.
Arremetía una y otra vez contra mi culo, yo
desplazaba el escritorio a cada embestida… nuestra forma de follar, hubiera
sido plausible en el mejor de los teatros.
Agarrado a mis tetas, no dejaba de
vapulearme… mi vagina podía haber encendido fuego, si hubiésemos sido
supervivientes en una isla.
Era un polvo eterno, de grandes gemidos y
mayores aspavientos… cuadernos por el suelo, lapiceros revueltos sobre la mesa
y una filosofía en mente “fóllame hasta que se acabe el día”
En una de mis enculadas, me frenó en seco… no
sé cuánto tiempo estuvo clavado en mí sin moverse, pensé que se estaba
corriendo dentro de mí o que lo haría en segundos ¡me equivoqué!
Me giró, me tumbó en la mesa e inagotablemente
siguió penetrándome una y otra vez… era de locura, bendita locura.
Yo lo miraba a la cara, no podía definir en
qué momento estaba… aquel hombre me iba a desfallecer a polvos.
Marcó sus manos en mis pechos, en mi culo, en
mis muñecas, en mis tobillos y los lapiceros marcaron mi espalda… sin dolor,
todo con mucho gusto.
Su cuerpo brillaba del sudor que lo recorría,
del esfuerzo que acometía… y cuando yo ya no sabía que orgasmo era el que me
correspondía, saco su polla de mi coño, parecerá una locura lo que pensé: pero
aquello parecía una manguera cortada de repente con un hacha y pegando
latigazos hacia derecha e izquierda soltando su flujo sobre todo mi cuerpo.
Cuando todo acabó y pudimos recomponernos, él
me dijo.
―
¡Perdóname! no sé qué me paso, vi una gota de sudor bajar hacia tu pecho y me
volví loco.
Yo quedé patidifusa, mientras pensaba:
después de perseguirlo con mis mejores galas, los más caros maquillajes y la
lencería más erótica del mercado, va después de varios años y me dice que una
gota de sudor lo ha vuelto loco. No tuvo ni la menor idea de cuantas veces
lance la caña para pescarlo. No puede ser, mi mejor golpe de efecto ha sido una
gota de sudor.
Cuando volví en si le respondí.
―No
importa, no te preocupes, yo también he colaborado.
―
¿Quieres que vallamos mañana a cenar? Pregunto mi jefe.
―Jamás,
tú y yo no somos compatibles, tú solo has sido un punto de sexo. Yo lo
recordaré como un buen polvo, pero aquí se queda zanjada la historia.
Desde ese día, nunca me sacó el tema. Además
me respeta en demasía, ahora soy yo la que parezco su jefa en vez de él.
Nadavepo.