Me despediste con un beso en los labios, yo
partía hacia el trabajo como cada mañana. El horario de mi jornada laboral era
lo que tu más odiabas, pues me ocupaba todo el día y siempre regresaba a casa
agotado. Tú siempre echabas de menos el sexo, pero yo con el ritmo de vida que
llevaba no te lo podía proporcionar.
Pero aquella mañana fue diferente, llegado al
trabajo me informaron que la red eléctrica había caído, que no se podría
activar hasta el día siguiente. Así que regrese hacia mi hogar con la intención
de darle una sorpresa a Sofía.
Cuando llegué a casa imaginé que ella podría
estar durmiendo, pues gustaba de levantarse tarde, así que abrí la puerta con
mucho cuidado para no hacer ruido. Me encontraba en el salón y decidí
desnudarme, para no molestar a Sofía encendiendo la luz del dormitorio.
Me dirigí hacia el corredor, desde lejos
observe que la puerta de nuestra habitación estaba entre abierta, un halo de
luz salía del dormitorio iluminando el pasillo, por un momento pensé que estaba
despierta y apunto estuve de llamarla. Pero luego pensé que se había dejado la
televisión puesta y estaría dormida, por lo que callé.
Me dirigí lentamente hacia el dormitorio, mi
objetivo era no hacer ruido para despertarla. Conforme avanzaba oía unos susurros
de fondo que no podía identificar, pero yo seguí pensando que era el televisor.
A tres pasos de la puerta, oí una especie de…
no sé en aquel momento lo que podía ser, la sensación era del ronroneo de un
gato o algo así. En aquel punto, ya estaba yo muy extrañado, por lo que aumenté mi sigilosidad y cuidadosamente me puse en un ángulo en el que divisaba parte
de la habitación.
Cuál fué mi sorpresa, al ver a Sofía tumbada
sobre la cama con su mejor lencería, parecía estar preparando los preliminares para
entrar en la euforia del sexo. Los sonidos que había oído mientras me acercaba,
eran los susurros de una película erótica, que
aunque yo no la podía ver desde la posición que estaba, si podía oír a
los actores gemir.
Por un momento me encontré extraño, nunca
había actuado como un voyeur, pero la verdad es que no podía moverme ni
articular palabra, solo quería mirar. La sensación de observar sin ser visto,
cargaba la adrenalina de mi cuerpo descompasadamente.
Sofía entre abría los ojos, mientras sus
fosas nasales no paraban de aletear, su respiración era cada vez más intensa y
sonora. Yo perplejo quedé como una estatua de mármol, la quietud en mí era
pasmosa.
Ella hundía la nuca sobre la almohada,
mientras se llevaba una de sus manos y la introducía entre su sujetador,
acariciando su pecho. Su cuerpo empezaba a tensarse como las cuerdas de una
guitarra, en un momento dado liberó sus senos de aquel sujetador tan suntuoso.
Eso hizo que yo… aunque seguía inmóvil, no pudiera controlar el apéndice más
loco de mi cuerpo.
Al ver aquellas tetas tan sumamente bien
torneadas, mí imaginación voló y aunque la había visto millones de veces
desnuda, nada fué como aquella escena. Me excitaba por segundos, mientras ella
seguía con su ritual erótico.
Llevaba unos minutos acariciando sus senos,
sus pezones endurecían sin límites, todo en ella estaba poniéndose terso y duro.
Sus piernas arqueadas, sus vaivenes a un lado y a otro me estaban matando de
placer. Bajó una de sus manos, posando su dedo índice sobre sus bragas de seda
en el punto mágico, lo bajaba y subía en línea recta con una precisión
milimétrica. Su boca entreabierta, susurraba el lenguaje del placer.
De repente paró, me llevé un susto de acanto
creí que me había descubierto pero no fue así, paro para deshacerse de sus
bragas de una forma brusca, le molestaba todo lo que no fuese su cuerpo
desnudo. Entonces su danza empezó a embriagarla cada vez más, sus movimientos
eran picassianos no tenían sentido, pero contemplarlos erotizaba al más cándido
de los ángeles del cielo.
Empezó con mucha suavidad a acariciarse el
clítoris, yo no podía medir los tiempos pero observaba como iba acelerando
mientras el cuerpo se le ponía tan rígido que soló apoyaba la nuca y los
talones sobre la cama. Mientras Sofía quebrantaba su cuerpo de placer, yo no
pude evitar bajar mis bóxer y prender con la mano mi erecto pene.
Mientras miro como te emancipas en tu sexo
mágico y dorado, yo cual adolescente me masturbo refugiándome en la oscura luz
del anonimato. Levitas sobre las sábanas blancas, aquelarre endemoniado por la
lujuria que te ciega, mientras yo absorto en mi vaivén me ensaño.
Tus aletas nasales vibran sin control,
gorgotea tu garganta un dialecto perturbador, pezones empalmados y clítoris
batidor. Yo entre acto, froto sin descanso mi órgano reproductor, mudo tendrá
que ser mi orgasmo y no alertador. Pues disfruto sin palancón, viendo a
escondidas la exquisita dulzura con la que se corre tu coño precioso y
batallador.
Contemplo como en una maratón, como vas al
por el cuarto orgasmo. Y yo perdiendo el control, acelerando hasta la locura,
buscando la meta del placer que me espera y cuando estoy a punto de estallar…
un simple “argg” me delata.
Miras hacia mí, me ves desarmándome pero no
te desmoronas, al contrario te creces. Me miras con lujuria sin fin, abordas tu
cuarto orgasmo de la forma más desmadrada, sin cortes sin pausas.
Clavas tu mirada en la mía, jadeantes y
sincronizados derramamos el más bestial orgasmo que nunca pudimos tener,
después de unos segundos aturdidos por tanto placer, me indicas que me tumbe a
tu lado y me susurras.
―Qué
bonito es el sexo, en cualquiera de sus formatos.
Yo te replico, con toda confianza y decisión.
―Desde
luego amor, ven y mastúrbate de nuevo aquí a mi lado.
Nadavepo.