Aquella mañana me esperaba Ester, habíamos
quedado en su casa para hacer unos pasteles. Yo llegaba tarde, porque Yaqui mi
perro, me había jodido los únicos pantalones que me quedaban flexibles. Digo
flexibles porque no habían entrado en la colada del día anterior, donde yo como
siempre y no sé a falta de qué, si más detergente o suavizante, había sacado
toda la ropa tan tiesa como el cartón. ¡No os podéis imaginar de qué pantalones
tuve que tirar!
No tuve más remedio que ponerme unos vaqueros
acartonados que crujían a cada paso que daba, por un momento pensé echarle tres
en uno, pero me pareció demasiado arriesgado, más que nada por si le dejaba
algún lamparón. Entre las camisas, sólo quedaba una utilizable, era de flores y
la había comprado en el chino para una fiesta Hawaiana.
Ni que decir tengo, que la mañana pintaba
colorida. Después de varias contiendas y de haber dejado al perro cagadito y
meadito, me dirigí hacías la casa de Ester. Observé que la gente se giraba por
la calle al verme, no sé qué pintas llevaría, pero un niño me pregunto dónde
habíamos instalado el circo, quedé perplejo, porque no sé si me había
confundido con un cowboy o con un payaso.
Cuando Ester abrió la puerta y me vio de esas
guisas, se le calló un bol que tenía en las manos con crema de mermelada,
derramándolo sobre mis tenis, que era lo único que llevaba decente aquel día.
Se pegó una carcajada y me dijo:
― Anda, pasa antes de que
te vean los vecinos.
Yo casi con una voz inaudible, y
reflexionando para mí. Susurré.
― Ojalá no sea sólo la
mermelada, lo único que me eches hoy encima.
Ester que era un radar, me lo había
demostrado en otras ocasiones, se metió hacia dentro diciendo como un eco.
― Ya veremos cómo te
portas.
Joder, me sonrojé, me había oído
perfectamente. Yo que sólo buscaba un rato de amor, porque odio la cocina, no
me gusta nada. Pero imbécil de mí, ya le había mostrado mis cartas.
Estábamos en el salón, cuando me sugirió.
― Vete al baño, quítate esa
ropa, ponte lo que te dejé en la percha colgado y mete las zapatillas en la
lavadora. Cuando acabes vente para la cocina, que tenemos mucho que hacer.
Yo un poco tedioso obedecí, dirigiéndome al
baño. Me quité la ropa, me enjuagué las manos y mire detrás de la puerta, a ver
que ropa me había dejado colgada.
¡Hostia! Vaya sobresalto que me pegué, me
había dejado solo un delantal colgado detrás de la puerta, pensé que era una
broma, así que grité desde el baño diciéndole.
― ¡Cielo, aquí solo hay un
delantal!
― Ya lo sé cariño, es eso
lo que tienes que ponerte. ¡Ahh! y quítate los calzoncillos de Snoopy.
Quedé patidifuso, como sabía esta mujer que
llevaba esos gayumbos, siempre pensé que tenía algo de vidente. Bueno no me quedaba más remedio que hacer lo
que me decía, si quería tener el día tranquilo y pillar unas migajas de…
¡Guau! se me hacía la boca agua cuando lo
pensaba.
Una vez me puse aquel trapajo, me dirigí
hacia la cocina totalmente avergonzado, creo que me entenderéis, cuando os diga
que el delantal era de color rosa con volantes blancos, no sé si mi chica
quería guerra, se había vuelto fetichista, o quería avergonzarme.
― ¡Aleluyaaa! Grite.
Cuando entré en la cocina quedé alucinado.
Ya estaba Ester esperándome, solo con un delantal de tonos plateados. Joder ni
tangas llevaba, que cuerpo más soberano tenía mi hembra, era el deseo
personificado, tuve que contenerme en un primer vistazo para no empalmarme. De
repente y con voz seductora me insinuó.
― Ya ves, que no quiero
jugar con ventaja. Igualdad de condiciones para los dos.
Yo exasperado le respondí.
― De eso nada, tú llevas
un delantal con glamour, mientras que a mí me pones el de la pareja de Mickey
Mouse.
Jajajaja, se rió alteradamente diciéndome.
― Te elegí ese, porque
como eres de ligera erección, espero que al sentirte ridículo te empalmes más
lentamente, dejándome disfrutarte más dilatadamente.
¡Que Cabrona! Pensé para mi interior, como
sabe que el rosa mata la libido de cualquier hombre.
Acércate un poco, me sugirió. Cuando estuve a
dos pasos de ella, se levantó el delantal y sin preámbulo me dijo.
― Bájate al pilón, y
disfruta bebiéndote mi crema de nata.
Su coño estaba totalmente depilado, sus
nalgas brillaban y aquellos labios me decían a voces, ven, corre ven…
¡Arggggg! Imposible no tirarme hacia él con
ímpetu y ligereza. Pero la realidad es que estaba tan excitado, que no calculé con la fuerza que me tire al suelo de rodillas, ni John Travolta en su fiebre
del sábado noche.
Tal fue la caída, que me crujió todo el
cuerpo, hasta la hernia de disco incluido el de Manolo Escobar. Pero mi hombría
estaba en peligro, por lo que no solté ni un insignificante ay. Avancé de
rodillas como pude, los cinco centímetros que me quedaban para llegar a su
espumosa fuente.
Estoicamente, empecé a darle lengüetazos, a
recorrer con mi lengua todo su pubis hacia adelante, hacia su trasero, hacia
sus ingles, Y todo ésto mientras me agarraba como una garrapata a sus glúteos,
para no acabar por los suelos. Mientras metía mi lengua en su aterciopelada
oquedad del deseo, mi nariz golpeaba su clítoris, cuestión que parece ser le
proporcionaba mucho placer, por lo que clavaba su estandarte con una fuerza
bestial sobre mi nariz, en aquel momento recordé a Quevedo y exclamé para mi
interior, “Érase un hombre a un pipón pegado”. Joder, como me dolían las
rodillas y la cintura, pero allí estaba yo, con dos cojones y aguantado el
chaparrón, nunca mejor dicho pues me estaba poniendo chorreando la cara, con
sus brutales corridas.
En estos menesteres, ella en un éxtasis sin
medidas, aleteaba con sus manos con tan mala fortuna, que le dio al paquete de
harina arrojándolo sobre mi cara. Ella estaba en los mejores momentos de sus
convulsiones, por lo que yo mudito ni hablé, ni me moví de mi cometido, cual
legionario en acto de servicio.
Cuando se hubo saciado, me agarró de mi pelo
blanco, y no por las canas si no por la harina, y despegó mi cara de su pubis.
Cuando miró hacia abajo viéndome de tal guisa, intentó levantarme, pero yo
hecho un cuatro como estaba, quedé de rodillas con dos lágrimas de dolor en la
cara. Al verme las lágrimas y mi mueca en la cara, todo esto rebozado en
harina, me dijo.
― ¿Qué te pasa cariño?
― Nada, nada, es que estoy
emocionado aquí de rodillas, frente a tu coño virginal.
Esas fueron exactamente mis palabras para no
preocuparla, soy su hombre y como tal me tenía que comportar. Ester, pensando
que solo era problema de la harina, y que yo me encontraba perfectamente, me
cogió de las manos intentando levantarme, me costó incorporarme, pero lo logré sin que ella notara nada de lo que me pasaba.
― Kike, me has dejado
mmmm, pero ahora te toca a tí, quiero verte disfrutar.
Para eso estaba yo, para disfrutar. Mientras
pensaba ésto y sin avisar, me puso las manos en el pecho y empezó a achucharme
haciéndome recular, seguramente buscando un punto de apoyo donde detenerme. Y
vaya si lo encontró, me empotró contra el mango de una espumadera, que
sobresalía de un cajón de la encimera. Atravesó mi ano de una estocada certera.
― Ayyyy, joderrrr.
― ¿Qué te sucede Kike?
― Nada cariño, me tienes
tan emocionado que grito de alegría.
No pude decir otra cosa, mi hombría estaba en
juego. No quería que me viera el ano ensartado por el mango de una espumadera,
así que me mordí los labios y me deje llevar.
Ester empezó a besarme los labios suavemente,
luego introdujo su húmeda lengua en mi boca, jugando lascivamente con la mía.
Eso me estaba calmando un poco el dolor que invadía mi culo, luego bajo hasta mi
cuello besándolo con suavidad, mientras con sus manos acariciaba mi pene y mis
testículos. Como mi falo estaba flácido por el dolor, Ester me dijo.
― ¿Ves, como lo del
delantal rosa funciona? mira que bien te estas conteniendo hoy. Aunque no vas a
lograr resistirte a mis maniobras.
Pobre, no sabía la falta de erección a qué se
debía, pero yo prefería que fuese así, estaba buscando la ocasión de sacarme
del culo aquel mango, pero mientras tanto tenía que esperar a encontrar el
momento.
Esta mujer bajaba por mi cuello hasta mis
pezones, mientras los succionaba y sin dejar de acariciar mi polla, note unos
ligeros respingos en mis genitales, algo estaba funcionando. Bajo aún más hasta
mi ombligo, yo empezaba a dosificar el dolor volcándolo hacia un ligero placer.
Cuando alcanzo mi miembro con la boca, me estremecí de tal manera que mi verga
empezó a engrosar el contorno de sus labios.
Tengo que confesar, que mientras chupaba
desconmesuradamente mi pistón, sentí un placer desconocido para mí, aquel mango
clavado en mi trasero, me estaba dando gusto, nunca lo hubiera pensado, por un
momento me sentí avergonzado. Yo no podía más, estaba a punto de estallar con
los vaivenes que me pegaba con sus labios.
Mi semen bailaba dentro de mi tronco, el
meneo que me daba hacía que mis ojos se pusieran en blanco, habría que verme
con la harina por toda la cara y los ojos vueltos. Ester hizo un alarde de su
maestría, y con dos sacudidas bestiales
y un apretón de huevos, consiguió sacarme toda la leche acumulada en mi verga,
derramándola por toda su cara con tal ventaja para mí, que varias gotas de
esperma cayeron sobre sus ojos. Momento en el que aproveché para sacarme aquel
dichoso mango del culo.
Ella se restregó los ojos y apenas limpios,
se volvió apoyándose contra la mesa, ofreciéndome toda su trasera y
suplicándome que la penetrara. Yo, sin querer defraudarla y con el pene a media
asta, lo acoplé un su preciosa vagina. Como pude empecé a follarla, mis huesos
crujían como la mecedora de la abuela, pero allí estaba yo, sin tirar la toalla
y dándolo todo para que ella se pegara una última corrida, ya que a mí me era
imposible.
Menos mal que estaba muy receptiva, eso me
facilito las cosas, pues se pegó un par de orgasmos en muy poco tiempo,
quedando satisfecha y muy feliz. La sonrisa de oreja a oreja, mientras yo
llevaba mi calvario por dentro.
Yo estaba totalmente furibundo y agotado, así
que le comente.
― Cariño, si no te
importa, estoy muy cansado, me ducho y me tumbo un rato.
― Claro que si cielo, has
metido muy bien tus manos en la masa, te
lo mereces. Así que descansa mientras yo hago los pasteles. Cuando te levantes ya hablaremos.
Ese ya hablaremos me inquietó, creo que lo
decía con la intención de entrar otra vez en materia sexual. No sabía que yo
había quedado como el Quijote en su entrega con los molinos, necesitaría tres
días para recuperarme y si me descuido un culo y una nariz nuevos.
Nadavepo.