jueves, 29 de diciembre de 2016

Las doce en punto












  Me pides que desnude mis bolas de navidad, porque con tu boca de fuego… quieres derretirme mi bastón de caramelo.

  Se olvidaron los turrones, mantecados y caramelos… sólo quieres felicitarme un año más, por la experiencia que hemos adquirido en el buen sexo.

  Quieres follarme de la forma más natural… complementándote con nuestro árbol de navidad.

   Bucólicas se encuentran nuestras miradas, acentuadas por la lujuria del deseo… el mismo que uso para morder tu boca mientras te agarro por el pelo.

  Que bonita estampa de navidad, dejas vislumbrar entre tu lencería roja… todos los adornos de tu cuerpo escultural.

  La noche de noche vieja y cuando las doce en punto vayan a dar, nosotros estaremos desaparecidos… y mi badajo hará que tu campana no deje de sonar.

  Que rica cena me propones: de entrante las cerezas de tus pezones, de primero tu ombligo de sudor relleno y de final tu concha con sabor a mar… y de postre las fresas de tus labios, aderezados con lengua trufada de pasión desbordada.

  Yo, para el día de reyes te he guardado tu regalo más deseado… un consolador de oro forjado, de mirra perfumado y ardiente como el incienso en bracero arrojado.




Nadavepo.




miércoles, 14 de diciembre de 2016

La Cabaña













  Hace frío en la cabaña de invierno. Tanto, que no concilio el sueño.

  Veo que tú si estas dormida plácidamente, por lo que te arropo echándote otro edredón por encima mientras yo me siento frente a la chimenea, no hay parte de mi cuerpo que no esté helada. Avivo las brasas y echo otro tronco al fuego, nada calma ese frío intenso que encarcela mi cuerpo.

  El calor que recibo de frente me alivia sutilmente, pero la espalda sigue helada. No han pasado ni diez minutos, cuando noto que otra fuente de calor está caldeando mi espalda, es tu cuerpo desnudo que reboza calor.

  Pones tus manos sobre mis oídos y rápidamente entran en calor, me conoces y sabes que llevo mal el frío. Me levantas del sillón  arrastrándome hacia la alfombra. Me dices.

Deja que te de calor.

  Yo asiento con la cabeza, porque sé que eres lo único que puede calentarme hasta el confort más absoluto.

  De pie y cara a cara, coges mi cabeza y la metes entre tus senos, mi nariz se reconforta, mientras mi otra nariz se estira, como si fuese la de Pinocho cuando cuenta una mentira.

Caliéntate los dedos. Me susurras.

  Coges mi mano derecha, la deslizas hacia tu caldera he introduces mi dedo índice en tu vagina. Un segundo para contemplar mi cara de placer mientras humedeces con saliva el dedo índice de mi mano izquierda, lo guías mágicamente hasta tu trasero introduciéndolo en tu ano, cráter ardiente donde los haya. Aprietas tus nalgas aprisionando mis manos y dejándome inmóvil, tú frotas tus muslos mientras mis manos empiezan a arder.

  Delicadamente encadenado a ti, aprovechas y diriges tu boca hasta la mía. Tu lengua danza alrededor de mis labios, mientras tratas de polinizarlos como abeja sedienta de miel, cuando por fin consigues desflorarme introduces tu lengua arqueándola sobre la mía como dos anacondas en el preámbulo del apareamiento. Mi lengua arde, el frío está abandonando mi cuerpo, ya puedo cruzar desnudo la estepa siberiana.

  Liberas mis dedos y me das la libertad, buscas el mejor de los objetivos dejándote hacer. Lascivamente me preguntas.

― ¿Te queda algún apéndice frío?

Algo queda. Te respondo suplicante.

Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Me replicas.

  Levanto uno de tus pies, pasando mi brazo por tu corva y suavemente apunto  mi vaina hacia tu vulva. Tengo la lanzadera a la entrada de tu vía láctea mientras algunas gotas de tu maná caen sobre mi falo ardiente. Mis manos sostienen fuertemente tus caderas, no dudo  en darte una fuerte  estocada con mi florete embadurnado por el lubricante del deseo.

  Ahora quedo inmóvil acoplado a ti, muerdo tus labios y te susurro roncamente.

Ahora, no sólo calientas mi apéndice sino que me alimento de tu ardor. Eres brutalmente erótica, algún día me matarás de placer.

Muévete.  Dices mientras entrelazas tu lengua con la mía.

  Yo sondeo tu paladar, cada diente es explorado por mi lengua, trato de alcanzar tu campanilla para enmudecerte en el preámbulo del orgasmo. Mientras, nos balanceamos como columpios movidos por el viento de la lujuria.

  Bailas como bailarina clásica en un solo pie, dejándote caer sobre mi cisne de cuello negro una y otra vez. Tu vaivén casi me hace zozobrar, como bote en pleno oleaje de alta mar. Ya saciada de orgasmos, notas como mi verga vibra intentando contener el semen en su interior.

  Te pones de puntilla y sacas mi falo de tu aterciopelado aforador, logras pisar suelo con tus dos pies, después de unos indefinidos minutos haciendo contorsionismo sobre mí  Nabucodonosor.

  Ralentizas tus movimientos, mientras te dejas caer de rodillas delante de mi durísimo ensamblador, lo introduces en tu boca mientras aprietas mis glúteos con tus dos manos. Succionas mi polla sin tocarla con tus manos, derrites mis entrañas, tu epicentro corta mi mirada observando cómo te deleitas chupándola como cuando lames tu cucurucho de chocolate.

  Arqueada mi espalda, mis glúteos apretados hasta el paroxismo y tú notando como planta carnívora, como mi leche sube y baja a lo largo de mi pértiga ya casi quebrada por el gusto. Ya estoy en el zenit, tú lo notas perfectamente y ayudándote con tus manos, me proporcionas la mejor corrida que hombre alguno pueda desear.

  Es increíble cómo puedes lograr que mis dientes dejen de castañetear, que mis apéndices entren en puro y nítido calor, notando como mi cuerpo  desnudo pueda atravesar el fuego sin arder, sintiendo el más dulce de los placeres.

  ¡Eres el calor de mi cabaña y el sol que derrite la nieve de alrededor!




Nadavepo.