martes, 5 de diciembre de 2017

Bocados











  Desaforado desencuentro, cuando estoy que reviento. Sabiendo que eres un pequeño tsunami,  que me enervas sin medida. Cabreando nuestros momentos, rompiendo los silencios que hay en nuestra habitación.

  Es cosa que sale de cualquiera de tus excusa, porque tú dices que el rencuentro te sabe mejor. Alocado nunca entendí, hasta aquel momento en el que descubrí, que tú producías los desencuentros, para cuando te arrimabas follarme mejor.

  Locura de pasión desmedida, que bocados me dabas en las costillas, cuando me gritabas…

― ¡Soy tu sumisa, tu puta más retorcida, la que deja que la folles sin límite ni condición! ¡Arráncame las bragas, azótame las nalgas! Y rompe mis entrañas con todo tu furor.

  Era en ese momento, cuando yo sucumbía, creyendo que era yo tu dueño, amo, o señor. Aunque en el fondo, yo sabía que en ese momento la línea se rompía, pasando yo de amo a esclavo servidor. Pues tu retorcida lujuria que tanto me enardecía, conseguía lo que tú querías, que era llevarme al camino del sexo más atronador.

  Tú de rodillas en posición de espera, aguantabas a duras penas, que yo metiera en tu boca, mi falo campeador. Yo contenido en mi rol, daba vueltas a tu alrededor, hasta que flaqueaba mi imitada dureza, metiéndote en tu garganta, mi mástil enloquecedor.

  Arcadas gratificantes, que tú bendecías, cuando tu saliva sobre tus senos caía, descolgándose hasta tu ombligo, y bajando hasta tu protuberante pipa, que sobresalía de la emoción.

  Yo alucinaba, cuando mi polla en tus labios se perdía, y de nuevo aparecía, en acompasados  vaivenes, que dejaban locas mis sienes… entre el frio y el calor.

  Tú entrecortabas los movimientos, apretando mis huevos hasta el punto máximo de dolor. Buscando hacerlo mal, para que yo te castigara con la orden más descarada… Pensando en el éxtasis del azote y el sudor.

  Tu cuerpo era como plastilina, dejándomelo a su suerte, para que yo a mi antojo lo moldeara, lo flagelara, lo mojara, lo desfogara y te sacara lo más atroz.

  Atroces palabras, que fuera de nuestra habitación, parecerían de lo mas asquerosas, guarras o sin pudor, y que a nosotros nos parecían poemas, piropos, o palabras de amor.

  Cuanto destrozo, cuanta rojez, como te gustaba sentir el cuero con el azote del placer. No parabas hasta que con firmeza te castigaba, dejándote destrozada, pues de ti ya, ni una gota más de zumo podía salir.

  Bendita locura, la que en mi producías, más ahora cuando entendía, porque conmigo cada dos por tres discutías… Ahora ya lo sabía, querías día tras día, exprimirme como a un amarillento limón.





Nadavepo.