lunes, 23 de octubre de 2017

Besando tú flor











  
   Déjame tu pistilo, para saborearlo, para comerlo… para poder deleitarme con tan sabroso manjar.

  Déjame tu oquedad, para poner mi cirio en tu altar… para que en las noches de rezo, me puedas alumbrar.

  Déjame la boca impregnada de tu sal, para mis ansias poder saciar… para poder sin salir de casa, contemplar el maravilloso mar.

  Déjame organizar en tu monte, una cabalgata de carnaval… para satíricamente, de tu coño miles de orgasmos arrancar.

  Déjame en fin, tu poder bautismal… para mojar el badajo de mi campana, que no deja de sonar.

  Quiero abrir mi boca, para que la bocanada de tu túnel, la pueda inundar… y recordar hasta la eternidad, como me dejabas jugar con tu canica, tu canica de gritar.



Nadavepo.







miércoles, 11 de octubre de 2017

Con las manos en la masa












  Aquella mañana me esperaba Ester, habíamos quedado en su casa para hacer unos pasteles. Yo llegaba tarde, porque Yaqui mi perro, me había jodido los únicos pantalones que me quedaban flexibles. Digo flexibles porque no habían entrado en la colada del día anterior, donde yo como siempre y no sé a falta de qué, si más detergente o suavizante, había sacado toda la ropa tan tiesa como el cartón. ¡No os podéis imaginar de qué pantalones tuve que tirar!

  No tuve más remedio que ponerme unos vaqueros acartonados que crujían a cada paso que daba, por un momento pensé echarle tres en uno, pero me pareció demasiado arriesgado, más que nada por si le dejaba algún lamparón. Entre las camisas, sólo quedaba una utilizable, era de flores y la había comprado en el chino para una fiesta Hawaiana.

  Ni que decir tengo, que la mañana pintaba colorida. Después de varias contiendas y de haber dejado al perro cagadito y meadito, me dirigí hacías la casa de Ester. Observé que la gente se giraba por la calle al verme, no sé qué pintas llevaría, pero un niño me pregunto dónde habíamos instalado el circo, quedé perplejo, porque no sé si me había confundido con un cowboy o con un payaso.

  Cuando Ester abrió la puerta y me vio de esas guisas, se le calló un bol que tenía en las manos con crema de mermelada, derramándolo sobre mis tenis, que era lo único que llevaba decente aquel día.

  Se pegó una carcajada y me dijo:

Anda, pasa antes de que te vean los vecinos.

  Yo casi con una voz inaudible, y reflexionando para mí. Susurré.

Ojalá no sea sólo la mermelada, lo único que me eches hoy encima.

  Ester que era un radar, me lo había demostrado en otras ocasiones, se metió hacia dentro diciendo como un eco.

Ya veremos cómo te portas.

  Joder, me sonrojé, me había oído perfectamente. Yo que sólo buscaba un rato de amor, porque odio la cocina, no me gusta nada. Pero imbécil de mí, ya le había mostrado mis cartas.

  Estábamos en el salón, cuando me sugirió.

Vete al baño, quítate esa ropa, ponte lo que te dejé en la percha colgado y mete las zapatillas en la lavadora. Cuando acabes vente para la cocina, que tenemos mucho que hacer.

  Yo un poco tedioso obedecí, dirigiéndome al baño. Me quité la ropa, me enjuagué las manos y mire detrás de la puerta, a ver que ropa me había dejado colgada.

  ¡Hostia! Vaya sobresalto que me pegué, me había dejado solo un delantal colgado detrás de la puerta, pensé que era una broma, así que grité desde el baño diciéndole.

¡Cielo, aquí solo hay un delantal!

Ya lo sé cariño, es eso lo que tienes que ponerte. ¡Ahh! y quítate los calzoncillos de Snoopy.











  Quedé patidifuso, como sabía esta mujer que llevaba esos gayumbos, siempre pensé que tenía algo de vidente.  Bueno no me quedaba más remedio que hacer lo que me decía, si quería tener el día tranquilo y pillar unas migajas de…

  ¡Guau! se me hacía la boca agua cuando lo pensaba. 

  Una vez me puse aquel trapajo, me dirigí hacia la cocina totalmente avergonzado, creo que me entenderéis, cuando os diga que el delantal era de color rosa con volantes blancos, no sé si mi chica quería guerra, se había vuelto fetichista, o quería avergonzarme.

¡Aleluyaaa! Grite.

   Cuando entré en la cocina quedé alucinado. Ya estaba Ester esperándome, solo con un delantal de tonos plateados. Joder ni tangas llevaba, que cuerpo más soberano tenía mi hembra, era el deseo personificado, tuve que contenerme en un primer vistazo para no empalmarme. De repente y con voz seductora me insinuó.

Ya ves, que no quiero jugar con ventaja. Igualdad de condiciones para los dos.

  Yo exasperado le respondí.

De eso nada, tú llevas un delantal con glamour, mientras que a mí me pones el de la pareja de Mickey Mouse.

  Jajajaja, se rió alteradamente diciéndome.

Te elegí ese, porque como eres de ligera erección, espero que al sentirte ridículo te empalmes más lentamente, dejándome disfrutarte más dilatadamente.

  ¡Que Cabrona! Pensé para mi interior, como sabe que el rosa mata la libido de cualquier hombre.

  Acércate un poco, me sugirió. Cuando estuve a dos pasos de ella, se levantó el delantal y sin preámbulo me dijo.


Bájate al pilón, y disfruta bebiéndote mi crema de nata.

  Su coño estaba totalmente depilado, sus nalgas brillaban y aquellos labios me decían a voces, ven, corre ven…

  ¡Arggggg! Imposible no tirarme hacia él con ímpetu y ligereza. Pero la realidad es que estaba tan excitado, que no calculé con la fuerza que me tire al suelo de rodillas, ni John Travolta en su fiebre del sábado noche.











  Tal fue la caída, que me crujió todo el cuerpo, hasta la hernia de disco incluido el de Manolo Escobar. Pero mi hombría estaba en peligro, por lo que no solté ni un insignificante ay. Avancé de rodillas como pude, los cinco centímetros que me quedaban para llegar a su espumosa fuente.

  Estoicamente, empecé a darle lengüetazos, a recorrer con mi lengua todo su pubis hacia adelante, hacia su trasero, hacia sus ingles, Y todo ésto mientras me agarraba como una garrapata a sus glúteos, para no acabar por los suelos. Mientras metía mi lengua en su aterciopelada oquedad del deseo, mi nariz golpeaba su clítoris, cuestión que parece ser le proporcionaba mucho placer, por lo que clavaba su estandarte con una fuerza bestial sobre mi nariz, en aquel momento recordé a Quevedo y exclamé para mi interior, “Érase un hombre a un pipón pegado”. Joder, como me dolían las rodillas y la cintura, pero allí estaba yo, con dos cojones y aguantado el chaparrón, nunca mejor dicho pues me estaba poniendo chorreando la cara, con sus brutales corridas.

  En estos menesteres, ella en un éxtasis sin medidas, aleteaba con sus manos con tan mala fortuna, que le dio al paquete de harina arrojándolo sobre mi cara. Ella estaba en los mejores momentos de sus convulsiones, por lo que yo mudito ni hablé, ni me moví de mi cometido, cual legionario en acto de servicio.

  Cuando se hubo saciado, me agarró de mi pelo blanco, y no por las canas si no por la harina, y despegó mi cara de su pubis. Cuando miró hacia abajo viéndome de tal guisa, intentó levantarme, pero yo hecho un cuatro como estaba, quedé de rodillas con dos lágrimas de dolor en la cara. Al verme las lágrimas y mi mueca en la cara, todo esto rebozado en harina, me dijo.

¿Qué te pasa cariño?

Nada, nada, es que estoy emocionado aquí de rodillas, frente a tu coño virginal.

  Esas fueron exactamente mis palabras para no preocuparla, soy su hombre y como tal me tenía que comportar. Ester, pensando que solo era problema de la harina, y que yo me encontraba perfectamente, me cogió de las manos intentando levantarme, me costó incorporarme, pero lo logré sin que ella notara nada de lo que me pasaba.

Kike, me has dejado mmmm, pero ahora te toca a tí, quiero verte disfrutar.

  Para eso estaba yo, para disfrutar. Mientras pensaba ésto y sin avisar, me puso las manos en el pecho y empezó a achucharme haciéndome recular, seguramente buscando un punto de apoyo donde detenerme. Y vaya si lo encontró, me empotró contra el mango de una espumadera, que sobresalía de un cajón de la encimera. Atravesó mi ano de una estocada certera.

Ayyyy, joderrrr.

¿Qué te sucede Kike?

Nada cariño, me tienes tan emocionado que grito de alegría.

  No pude decir otra cosa, mi hombría estaba en juego. No quería que me viera el ano ensartado por el mango de una espumadera, así que me mordí los labios y me deje llevar.

  Ester empezó a besarme los labios suavemente, luego introdujo su húmeda lengua en mi boca, jugando lascivamente con la mía. Eso me estaba calmando un poco el dolor que invadía mi culo, luego bajo hasta mi cuello besándolo con suavidad, mientras con sus manos acariciaba mi pene y mis testículos. Como mi falo estaba flácido por el dolor, Ester me dijo.

 ¿Ves, como lo del delantal rosa funciona? mira que bien te estas conteniendo hoy. Aunque no vas a lograr resistirte a mis maniobras.

  Pobre, no sabía la falta de erección a qué se debía, pero yo prefería que fuese así, estaba buscando la ocasión de sacarme del culo aquel mango, pero mientras tanto tenía que esperar a encontrar el momento.

  Esta mujer bajaba por mi cuello hasta mis pezones, mientras los succionaba y sin dejar de acariciar mi polla, note unos ligeros respingos en mis genitales, algo estaba funcionando. Bajo aún más hasta mi ombligo, yo empezaba a dosificar el dolor volcándolo hacia un ligero placer. Cuando alcanzo mi miembro con la boca, me estremecí de tal manera que mi verga empezó a engrosar el contorno de sus labios.

  Tengo que confesar, que mientras chupaba desconmesuradamente mi pistón, sentí un placer desconocido para mí, aquel mango clavado en mi trasero, me estaba dando gusto, nunca lo hubiera pensado, por un momento me sentí avergonzado. Yo no podía más, estaba a punto de estallar con los vaivenes que me pegaba con sus labios.











  Mi semen bailaba dentro de mi tronco, el meneo que me daba hacía que mis ojos se pusieran en blanco, habría que verme con la harina por toda la cara y los ojos vueltos. Ester hizo un alarde de su maestría, y  con dos sacudidas bestiales y un apretón de huevos, consiguió sacarme toda la leche acumulada en mi verga, derramándola por toda su cara con tal ventaja para mí, que varias gotas de esperma cayeron sobre sus ojos. Momento en el que aproveché para sacarme aquel dichoso mango del culo.

  Ella se restregó los ojos y apenas limpios, se volvió apoyándose contra la mesa, ofreciéndome toda su trasera y suplicándome que la penetrara. Yo, sin querer defraudarla y con el pene a media asta, lo acoplé un su preciosa vagina. Como pude empecé a follarla, mis huesos crujían como la mecedora de la abuela, pero allí estaba yo, sin tirar la toalla y dándolo todo para que ella se pegara una última corrida, ya que a mí me era imposible.

  Menos mal que estaba muy receptiva, eso me facilito las cosas, pues se pegó un par de orgasmos en muy poco tiempo, quedando satisfecha y muy feliz. La sonrisa de oreja a oreja, mientras yo llevaba mi calvario por dentro.

  Yo estaba totalmente furibundo y agotado, así que le comente.

Cariño, si no te importa, estoy muy cansado, me ducho y me tumbo un rato.

Claro que si cielo, has metido muy bien tus manos en la masa,  te lo mereces. Así que descansa mientras yo hago los pasteles. Cuando te levantes ya hablaremos.

  Ese ya hablaremos me inquietó, creo que lo decía con la intención de entrar otra vez en materia sexual. No sabía que yo había quedado como el Quijote en su entrega con los molinos, necesitaría tres días para recuperarme y si me descuido un culo y una nariz nuevos.





Nadavepo.