Me fuí acercando nuevamente, pero no sé
porque sincronicé con ella y supe lo que estaba pasando. Sacó su lengua y lamió mi comisura, aún a sabiendas de que nunca me había manchado, pero ella lo había
preparado de esa manera y yo la seguí. Lupe elevo su trasero de la silla para
poder acceder con más soltura a mis labios, los cuales recorrió con la punta de
su lengua de un lado al otro. Casi por impulso y sin despegar nuestros labios,
nos fuimos incorporando y rodeamos la mesa hasta ponernos de pie. Nuestros
labios se matasellaban una y otra vez, menos mal que solo quedaba otra pareja
en el restaurante y algunos camareros, porque si no podrían habernos llamada la
atención por el arrebato de ardor que sentimos en nuestras entrañas en aquel
mismo momento, llegando a mordernos la boca mientras tirábamos de nuestros
cabellos.
Salimos volando del restaurante como cometa
que se escapa al viento, vertiginosamente nos dirigimos hacia mi moto que la
había dejado una manzana más abajo. Yo la elevaba de su cintura mientras la
giraba entre risas lujuriosas, avanzábamos despacio jugando a la gallinita
ciega, pero en vez de ponerle las manos en los ojos, se la ponía en los pechos
dándole vueltas, estoy totalmente convencido que las ninfas del deseo nos
habían poseído. Ella me besaba, se subía a caballo y mordía mi cuello ni una
vampiresa me hubiera dado tanto placer.
No podíamos dar dos pasos sin palpar nuestros
cuerpos, no importaba las miradas ajenas, ella tocaba mi culo mientras yo
pellizcaba su ombligo. La maquinaria del preámbulo erótico se había puesto en
marcha.
No sé cómo llegamos con ropa a mi ático, en
el ascensor nos desprendimos de la mitad de ella, el frenesí invadía cada poro
de nuestra piel.
Al entrar en mi habitación y sin preámbulo
alguno, la achuché sobre la cama, donde cayó de bruces. Casi con una prisa
incontenible, empecé a subirle su falda tubular no sin dificultad, no paré de
subirla hasta dejar sus prietos glúteos libres, soló un pequeño hilo de tela
roja separaba tan poderosas nalgas.
Aquel arrebato la excitó en demasía, yo sólo
percibía su respiración agitada luchando por respirar sobre el edredón. Ella
tumbada boca abajo se dejaba hacer y yo la martirizaba incrustándole su tanga
sobre los labios de su pubis, a la vez que elevaba las gomas para después
soltarlas con fuerza y que marcaran su precioso trasero, a cada gomazo una
franja roja quedaba marcada en su dorada piel. Mi falo levantaba mi bóxer
queriendo salir, la lujuria no me respetaba.
Sin previo aviso y en un arrebato cavernario,
arranqué el tanga de su cuerpo, dejando visible su ano y parte de su jugosa
raja, hipnóticamente y sin poder evitarlo me arrodillé separando sus glúteos y
empecé a lamer su culo y la parte visible de su coño, algunos orgasmos se le
derramaban sin convulsiones, simplemente casi mudos, casi etéreos, mágicos
diría yo.
No me saciaba, por lo que la giré poniéndola
boca arriba, abrí sus piernas en forma de tijeras y seguí lamiendo su
voluptuosa almeja, con las manos apretadas a sus muslos empecé a erguirme elevando
su trasero y parte de la espalda, hasta que llegó un momento en el que sólo
tocaba con la cabeza la cama. Prácticamente levitaba mientras yo le comía todo
el perímetro desde su ano hasta su clítoris.
Sus corridas eran afrodisiacas para mi verga,
que ya no tenía voluntad propia. Sin esperármelo rodeó mi cuello con sus
piernas aplicándome una llave que me tiró sobre el lecho, en un salto de
trinchera puso su culo sobre mi pecho y con desesperación bajo mi bóxer, empezó
a masturbarme suavemente a la vez que se incorporaba y la introducía en su
boca, el vaho de su aliento, la calidez de su lengua y la lubricación de su
saliva, casi me desmoronan en la primera envestida.
Yo hacía un esfuerzo tremendo por no
correrme, mientras ella mamaba ferozmente mi polla a la vez que estrangulaba
mis testículos con la mano izquierda, sudores arcanos recorrían todo mi cuerpo,
el placer que Lupe me producía y el esfuerzo que yo hacía por no eyacular era
la mejor combinación para desmoronarme
interiormente en trocitos de azúcar.
Las vibraciones de mi cuerpo, le indicaban a
Lupe el estado en el que yo me encontraba. Ella, sabiéndose conocedora de su
potencia sexual y de que un golpe más de sus labios sobre mi polla haría que me
corriese, decidió girarse poniendo su coño en posición para ser penetrado, con
su diestra mano atrapó mi verga y apuntó la cabeza de mi glande hacia su zona
de amerizaje, de una sola tacada se encajó todo mi falo en sus entrañas.
Si duro fue aquel ensamblaje, más duro fue
amortiguar las embestidas que vinieron seguidamente, su forma de cabalgarme era
de locura yo tenía que agarrar sus tersas tetas para frenarla un poco, con el
objetivo de poder aguantar mientras ella gozaba como una posesa. Nuestras
carnes vibraban como ondas en el agua, no sólo por el movimiento también por el
gusto eléctrico que recorría nuestros cuerpos.
Follábamos dejándonos llevar por las neuronas
del éxtasis y aunque todo era sudor, jugos derramados y convulsiones, nuestras
retinas ralentizaban todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Yo y mi mente perversa, había planeado sobre
la marcha follarla de mil maneras, pero nos fué imposible, la energía que
estábamos derrochando sólo nos daba juego para mantenernos en aquella postura,
no necesitábamos más. No sé cuánto duro, lo que si sé es que hubiera parado el
tiempo, en el momento justo en el que nos llegó simultáneamente la descarga, de
las estrellas mágicas del placer.
Serpentinas de colores, nubes de algodón,
fuegos artificiales y un despertar de varios minutos, fué lo que nos regalamos
en aquel encuentro.
Quedamos enganchados el uno del otro, nos
prometimos amor eterno mientras esperábamos su vuelo a Argentina. Pero solo
duro diez cartas, diez correos, diez postales. Tú al otro lado, yo en este y
por medio un sabio océano que nos dijo: El amor en la distancia es difícil de
guardar, quedaros con el recuerdo aquellas horas, de véngalas, chispas y mágica
realidad.
Nadavepo.