Con la
cogorza, derrame en tu sostén una copa de rioja y en vez de blanco parecía
rosa.
Te cabreaste
un montón diciéndome:
― ¿Qué haces melón? Mira como me has
dejado el sujetador.
Yo un poco
perjudicado, te respondí:
― Míralo por el lado positivo, por el
precio de uno tienes dos… ni en el Primark lo vas a encontrar mejor.
Me miraste
muy enfadada y me dijiste:
― ¡Esta noche se la vas a meter a tu
hermana! Veras como así no metes la pata.
Yo sin darle
mucha importancia a la situación, me puse a bailar un rock and roll.
Tú bufabas
como la chimenea de una locomotora, y esperando a que yo me despistara con el
móvil disimulabas.
En un
momento dado, tuve que ir al urinario pues los fluidos se calentaban y sin
poder evitarlo casi me meaba.
Cuál fue mi
sorpresa al salir, verte esperando en la puerta del baño con cara de estar
maquinando lo que me ibas a hacer.
No se te
ocurrió otra cosa que pegarme un puñado en los huevos, que casi me transportas
a Marte. Menos mal que ya había vaciado mi vejiga, pues con ese puñado me
hubiera reventado hasta la barriga.
―
¡Ahh!
Se me escapo
este grito lastimero, que solo se le escapa a un perro cuando le pisas el rabo.
―
¿Pero qué haces chiquilla? Me quieres dejar estéril.
―
Estéril o esmeril, me da igual cómo te puedas quedar… pero por otro bochorno no
me haces pasar.
― Estamos entre amigos, no creo que eso
sea motivo para castrarme de esta manera. ¡Y por favor suelta ya lo que cuelga!
Que me la vas a dejar plana como un tablón de madera.
― Pues plana o cuadrada con ella hago lo
que me da la gana, y si no te gusta aprende a comportarte.
―
¡Pero mujer! Sabes que no soy muy bebedor, que solo bebo cuando salimos con los
amigos y al no estar acostumbrado con pisar un tapón de rioja cojo la cogorza.
Por fin me
soltó los cataplines, que alivio sentí. Pero cuál fue mi incredulidad cuando al
soltármela me pude empalmar.
― ¿Por qué no la coges ahora con más
cariño? Ya sabes que no tiene púas como un erizo.
― ¡Que te la coja tu madre!
Dijo con muy
mala leche.
― Pues sabes lo que te digo: que si tu
coño tuviese dientes como tiene fortaleza a la verga más caliente le arrancaba
la cabeza.
Entrabamos
en la dinámica del cabreo y los insultos cachondos, que a veces dan resultado
para poner caliente a los seres más civilizados.
― Yo te digo lo siguiente, tú dices
siempre como los italianos: cuando el pene es potente avanti con el pene,
cuando el pene mengua avanti con la lengua y cuando el pene y la lengua
menguan… avanti con el culo pero siempre avanti.
No pude más
que soltar una tremenda carcajada, pues intuía lo que se avecinaba, ella se
estaba ablandando y su cuerpo se estaba preparando.
Sin darle
tiempo a acabar la frase, le metí la mano bajo su corta falda y palpe la
humedad que había en sus bragas. Sin más preámbulo ni cortesía la metí en el
baño de señoras apestillando la puerta. La puse con las palmas de las manos
contra la pared como si la fuera a cachear y con una mano le subí la falda
mientras con otra le baje las bragas hasta las rodillas.
Ya se le
había pasado las ganas de replicar y gritar, ahora solo se oía su reparación
acelerar. Antes de comenzar el fuego de artillería, le metí un dedo en la vagina,
y moviéndolo convulsivamente logre que unas lágrimas saltaran desde su coño
hasta mi pene, que para entonces ya estaba desenfundado.
Al ver que
todo estaba dispuesto y bien lubricado, la penetre con fuerza y desparpajo
mientras se aceleraba su ritmo cardiaco.
Fue mortal
ver, cuando la achuchaba como sus peras contra los azulejos daban.
― ¿Dime ahora lo que me decías de los
italianos? Que después de tu coño será follado tu ano.
― ¡Calla cabrón y sigue haciéndome daño!
Que las entrañas por dentro me las estas desgarrando, así que aprieta como si
no hubiera un mañana… pues no me vas a romper, no soy muñeca de porcelana.