Esta es mi primera novela.
Título: “Lo Inconfesable”
Autor: Alejandro Maginot.
Narra la lucha interior de un párroco, entre su fe y
el pecado.
Esta es mi primera novela.
Título: “Lo Inconfesable”
Autor: Alejandro Maginot.
Narra la lucha interior de un párroco, entre su fe y
el pecado.
Esta es mi tercera novela.
Título: “El Inconformista”
Autor: Alejandro Maginot.
Venta: En Amazon.
Su lectura te sumerge en el viaje de un joven, entre
sus adversidades y una sed insaciable de libertad.
caballero…
dejando atrás la contemplación para entregarse a la pasión.
La luz tamizada de la habitación, que hasta
hacia un momento había iluminado la perfección estática del espejo, ahora se
concentraba en la cama amplia y deshecha, el único destino concebible. Asdrúbal
avanzó con Rut en sus brazos sintiendo su peso liviano, una pluma de deseo que
contrastaba con la firmeza de su propia musculatura. No la arrastraba con
rudeza, sino con la urgencia mecida al viento, esa metáfora de ligereza y
destino que ella misma había insinuado.
La depositó sobre la seda fría de las sábanas,
mientras su esmoquin crujía ligeramente en protesta por la contorsión. Ella se
hundió un instante en el colchón mientras su mente procesaba la imagen del
espejo… la de una mujer deseada, ahora lista para ser adorada.
Asdrúbal no se apresuró a unirse a ella por
completo. Se tomó un momento para observarla, apoyando una rodilla en el borde
de la cama, la mitad de su cuerpo todavía enfundada en el esmoquin y la otra
mitad ya rendida al fuego.
La danza inusitada comenzó con sus manos. Se
movieron con una lenta e intensa veneración, más allá del deseo era el gozo de
quien está descubriendo algo muy bello por primera vez. Cada caricia era una
nota musical que se elevaba en un pentagrama interminable. Él trazó el contorno
de sus caderas, sus dedos se deslizaron por la línea de sus muslos y luego ascendieron hasta su vientre, donde
la piel era especialmente sensible.
Rut se unía a esta partitura con un gemido
bajo, su cuerpo arqueándose hacia el roce de una mano acariciando un
instrumento de cuerda. No había prisa, solo una concentración casi ritual en el
placer mutuo.
Mientras
sus manos tejían su propia historia en la piel de Rut, ella se ocupó de la
última barrera: sus dedos ágiles y precisos se ocuparon de la camisa de
Asdrúbal, liberando los pequeños botones y deshaciendo el nudo de la pajarita.
Era un acto de seducción en sí mismo: ella desnudando a su depredador para
igualar el campo de juego.
El esmoquin, esa armadura de rectitud fue lo último en caer, retirándolo con un movimiento seco, que hizo resonar el golpe de la tela contra la alfombra. El contraste se había disuelto: ahora eran dos cuerpos cálidos y libres en la penumbra.
Él se posó sobre ella pero no con su peso
total, sino casi flotando, solo
sostenido por su brazo derecho. Sus ojos antes llenos de contemplación
distante, se habían oscurecido con la urgencia. Este contacto más íntimo, piel
contra piel era la culminación de la tensión… que se había fraguado desde el
primer momento frente al espejo dorado.
Rut entrelazó sus piernas en la cintura de él,
acercándolo hasta casi fundirse los dos cuerpos en uno. Su aliento cálido y
turbulento como una tormenta envolvía el cuello de Asdrúbal, esto fue el
detonante para que la danza erótica cambiara de ritmo. Ya no era un movimiento
lento y suave, era una sinfonía de ritmos crecientes, que casi hacen que sus
cuerpos se hubieran fundido como la mantequilla… en el grill más ardiente del
planeta.
Rompieron músculos y tendones de placer, pues
jamás una espera había sido tan extenuante. La adrenalina había hecho enrojecer
los ojos de ambos, de tal manera que las feromonas generadas solo tenían escape
por los poros de su piel.
Elegancia que se rompe, cuando el sexo ruge
desaforadamente… Y lo delicado, puede llegar a ser lo más vulgar entre el sexo
más caliente.
Alejandro Maginot
morbosa
carrera sensual, que ninguno de los dos sabia quien acabaría primero.
El cierre de metal que el vestido tenía en la
espalda, fue abierto por Asdrúbal liberando la tela de seda, que por un
instante se aferró al cuerpo de ella como en un último suspiro. Él, con la
maestría de quien conoce cada línea y curva de la arquitectura femenina, solo
uso dos dedos para dejar caer el vestido como una hoja descolgada por el
viento.
Rut se
sostuvo firme, sus ojos arco iris fijos sobre el espejo, no querían perderse el
momento en el que una mujer vestida se transformaría en una silueta femenina
desnuda. El brillo de sus pupilas era un fuego gélido, una mezcla de placer por
contemplar la belleza de su cuerpo desnudo y la excitación por la expectación
de su amante.
El esmoquin de Asdrúbal, rozó la tela de seda
del vestido de Rut mientras este se deslizaba por su cuerpo. El inclino la
cabeza y deposito un suave y cálido beso en su nuca, el fuego de sus labios
creo un escalofrió en el cuerpo de Rut… que nada tenía que ver con la
temperatura de la habitación.
− -"Es un desperdicio, que la escultura perfecta de tu cuerpo este cubierta por este retal de tela"
Susurro Asdrúbal refiriéndose a su precioso traje negro.
Mientras sus manos acariciaban los hombros desnudos de Rut.
− -"El arte debe ser apreciado, primero insinuado y luego desnudo"
Replicó ella con un hilo de
voz casi inaudible por alguien que no estuviera entre los dos, mientras seguía
contemplando la desnudez de su cuerpo en el espejo.
El traje de
Rut había caído, haciendo un montón de elegante tela negra a sus pies. La piel
morena de Rut era ahora la protagonista absoluta, iluminada por la luz de los
candelabros. En el reflejo dorado que creaban esos marcos, la silueta de la
mujer, con la espalda arqueada y la cabeza levemente echada hacia atrás, era el
centro de la obra.
Asdrúbal rodeó su cintura con sus brazos, atrayéndola hasta apretar su espalda contra su pecho. El contraste era absoluto: la suavidad aterciopelada de su piel contra la rigidez de la camisa del esmoquin de Asdrúbal, pero aun así el contacto directo de sus cuerpos, encendió la chispa que había estado danzando entre ellos.
Ella se recostó totalmente contra él,
sintiendo la firmeza de su cuerpo. El caballero del esmoquin, que había estado
estático en modo contemplativo… era ahora un participante más que activo.
Rut cerró sus ojos, ya no necesitaba
contemplar. El reflejo de ellos dos en el espejo, era un recuerdo bello y
hermoso en su mente, pero la pura realidad estaba detrás de ella, la urgencia
por sentir, degustar, oler, era infinitamente superior a lo que podía soñar en
aquel momento.
− -"No te alejes"
Ordeno ella con un profundo suspiro, con el tono de una reina que da una
orden, sabiendo que no será desobedecida.
Él no
contesto con palabras, en esta ocasión fueron sus manos las que hablaron
explorando cada rincón de su cuerpo. Con un movimiento suave y resuelto, Asdrúbal, levanto sus brazos empezando a besar y lamer sus axilas. Poniendo a
Rut en una marcha difícil de parar.
La imagen final llego en forma de resultado, la mujer morena de ojos color indescifrable se encontraba entre los brazos de un...
Alejandro Maginot.
Continuara...
La seda fría del vestido de noche de color
negro, se deslizaba sobre la piel morena de Rut como una sombra a cada paso que
daba, ajustándose con una precisión impecable a cada curva de su cuerpo. Ella se detuvo frente al espejo,
un espejo de marco dorado y ornamentado con una serie de filigranas que le
daban un toque renacentista, una pieza muy antigua que reflejaba la luz suave
de la habitación… multiplicando el brillo de las perlas de su collar.
Sus ojos hacían un contraste asombroso según
la luz que les llegaba, bailaban entre azul, verde o color miel. Imposible
definirlos en aquella habitación de luz tenue, su mirada era un reflejo lento y
delicado de su propia imagen. La imagen de una mujer que se encontraba en la
cúspide de su belleza y poder.
El collar de perlas blancas, perfectamente
colocado en su cuello, era la única nota de inocencia en un conjunto de pura
seducción. Lentamente alzo la mano y toco el broche del collar, su respiración
se agitaba al imaginar el roce de otros dedos intentando desabrocharlo.
Al fondo de la habitación, sentado en un sillón de cuero de la misma época que el espejo dorado, se encontraba Asdrúbal. Estaba inmóvil contemplando absorto la escena, vestido con un impecable esmoquin rematado con su pajarita de seda. Parecía estar camuflado en la penumbra del habitáculo, su mirada no expresaba un deseo vulgar, mostraba una contemplación profunda, como el que medita contemplando un cuadro del Prado.
La tensión entre ellos era palpable, un hilo
invisible que vibraba en el aire hacia que sus mentes estuviesen coordinadas.
Al igual que él, Rut lo intuía, así que giro su cabeza solo lo suficiente para
atrapar el reflejo de Asdrúbal junto al
suyo en el espejo. En ese instante fugaz, sus ojos casi multicolores se
encontraron con los de Asdrúbal, que reflejaban una calma profunda. Una sonrisa
suave y cargada de significado curvó levemente sus labios, mientras en su mente
de preguntaba: ¿Es este el momento? ¿Me estas esperando?
Asdrúbal no necesito preguntarse nada, se levantó
lentamente del sillón y con el movimiento tranquilo y deliberado de un
depredador se dirigió a su presa, caminando sigilosamente hasta detenerse justo
detrás de su espalda. Su presencia, caliente y masculina envolvió totalmente a
Rut.
Asdrúbal inclino su rostro y murmuro con una
voz profunda:
− - "Perfecta".
Sus manos no
tocaron la tela del vestido, se posaron suavemente sobre el cuello de Rut,
justo sobre el cierre del collar. Ella cerró sus ojos sintiendo el calor de sus
dedos sobre su piel. Con una lentitud exasperante, Asdrúbal desabrocho el
collar de perlas sin dejar de mirarla a través del espejo. Las perlas cayeron
sobre la palma de la mano de ella, haciendo un suave ruido.
Libre de la única restricción, el vestido
negro de Rut parecía vibrar con anticipación. Asdrúbal deslizo sus dedos por el
escote del vestido, subiendo con su dedo índice, marcando un erótico camino
desde el esternón hasta su cuello.
Un gesto de placer se dibujó en los labios de Rut. La caída del collar sobre la palma de sus manos, fue el inicio de salida de una
Alejandro Maginot.
Continuara...
Con la
cogorza, derrame en tu sostén una copa de rioja y en vez de blanco parecía
rosa.
Te cabreaste
un montón diciéndome:
― ¿Qué haces melón? Mira como me has
dejado el sujetador.
Yo un poco
perjudicado, te respondí:
― Míralo por el lado positivo, por el
precio de uno tienes dos… ni en el Primark lo vas a encontrar mejor.
Me miraste
muy enfadada y me dijiste:
― ¡Esta noche se la vas a meter a tu
hermana! Veras como así no metes la pata.
Yo sin darle
mucha importancia a la situación, me puse a bailar un rock and roll.
Tú bufabas
como la chimenea de una locomotora, y esperando a que yo me despistara con el
móvil disimulabas.
En un
momento dado, tuve que ir al urinario pues los fluidos se calentaban y sin
poder evitarlo casi me meaba.
Cuál fue mi
sorpresa al salir, verte esperando en la puerta del baño con cara de estar
maquinando lo que me ibas a hacer.
No se te
ocurrió otra cosa que pegarme un puñado en los huevos, que casi me transportas
a Marte. Menos mal que ya había vaciado mi vejiga, pues con ese puñado me
hubiera reventado hasta la barriga.
―
¡Ahh!
Se me escapo
este grito lastimero, que solo se le escapa a un perro cuando le pisas el rabo.
―
¿Pero qué haces chiquilla? Me quieres dejar estéril.
―
Estéril o esmeril, me da igual cómo te puedas quedar… pero por otro bochorno no
me haces pasar.
― Estamos entre amigos, no creo que eso
sea motivo para castrarme de esta manera. ¡Y por favor suelta ya lo que cuelga!
Que me la vas a dejar plana como un tablón de madera.
― Pues plana o cuadrada con ella hago lo
que me da la gana, y si no te gusta aprende a comportarte.
―
¡Pero mujer! Sabes que no soy muy bebedor, que solo bebo cuando salimos con los
amigos y al no estar acostumbrado con pisar un tapón de rioja cojo la cogorza.
Por fin me
soltó los cataplines, que alivio sentí. Pero cuál fue mi incredulidad cuando al
soltármela me pude empalmar.
― ¿Por qué no la coges ahora con más
cariño? Ya sabes que no tiene púas como un erizo.
― ¡Que te la coja tu madre!
Dijo con muy
mala leche.
― Pues sabes lo que te digo: que si tu
coño tuviese dientes como tiene fortaleza a la verga más caliente le arrancaba
la cabeza.
Entrabamos
en la dinámica del cabreo y los insultos cachondos, que a veces dan resultado
para poner caliente a los seres más civilizados.
― Yo te digo lo siguiente, tú dices
siempre como los italianos: cuando el pene es potente avanti con el pene,
cuando el pene mengua avanti con la lengua y cuando el pene y la lengua
menguan… avanti con el culo pero siempre avanti.
No pude más
que soltar una tremenda carcajada, pues intuía lo que se avecinaba, ella se
estaba ablandando y su cuerpo se estaba preparando.
Sin darle
tiempo a acabar la frase, le metí la mano bajo su corta falda y palpe la
humedad que había en sus bragas. Sin más preámbulo ni cortesía la metí en el
baño de señoras apestillando la puerta. La puse con las palmas de las manos
contra la pared como si la fuera a cachear y con una mano le subí la falda
mientras con otra le baje las bragas hasta las rodillas.
Ya se le
había pasado las ganas de replicar y gritar, ahora solo se oía su reparación
acelerar. Antes de comenzar el fuego de artillería, le metí un dedo en la vagina,
y moviéndolo convulsivamente logre que unas lágrimas saltaran desde su coño
hasta mi pene, que para entonces ya estaba desenfundado.
Al ver que
todo estaba dispuesto y bien lubricado, la penetre con fuerza y desparpajo
mientras se aceleraba su ritmo cardiaco.
Fue mortal
ver, cuando la achuchaba como sus peras contra los azulejos daban.
― ¿Dime ahora lo que me decías de los
italianos? Que después de tu coño será follado tu ano.
― ¡Calla cabrón y sigue haciéndome daño!
Que las entrañas por dentro me las estas desgarrando, así que aprieta como si
no hubiera un mañana… pues no me vas a romper, no soy muñeca de porcelana.
Cuando era pequeñito
me gustaba que me untaran el chupete en
miel, ahora que soy mayorcito… me maravilla mojar mi chupete en tu chochito,
que es tan bonito como el amanecer.
Rudimentarias y
cansadas son las escaleras que subo para llegar a casa, no es lo mismo que
tenerte penetrada… que el esfuerzo de empujar para hacerte disfrutar es como
volar.
Almendras y turrones
te ofrecen en todas las ferias a las que acudes, yo me conformo con tus dos
manzanas caramelizadas y ese algodón de azúcar… que es tu pubis cuando me sube
a la luna.
Doloroso es acacharse
para cavar la tierra, menos doloroso es estar entre tus piernas… lamiendo ese jazmín
que entre tus ingles se encuentra.
Bogar rio arriba en
un bote de remos, es extremadamente duro a cada remada, no tiene nada que ver
lo fácil que es bogar en tu boca… que ni me canso ni paro hasta que el aire nos
falta.
Qué difícil es andar
por casa cuando la luz se va, con la claridad que hay cuando tu estas, pues tus
ojos son dos luceros que no dejan de brillar… que ni las estrellas del cielo los pueden
eclipsar.
Si fuese un gladiador
a punto de morir y me concedieran un deseo, pediría hacer el amor contigo para
creerme ya en el cielo…
¡Y ahora que me
corten la cabeza, que yo no pienso sacarla de entre tus piernas!
Alejandro Maginot.