caballero…
dejando atrás la contemplación para entregarse a la pasión.
 La luz tamizada de la habitación, que hasta
hacia un momento había iluminado la perfección estática del espejo, ahora se
concentraba en la cama amplia y deshecha, el único destino concebible. Asdrúbal
avanzó con Rut en sus brazos sintiendo su peso liviano, una pluma de deseo que
contrastaba con la firmeza de su propia musculatura. No la arrastraba con
rudeza, sino con la urgencia mecida al viento, esa metáfora de ligereza y
destino que ella misma había insinuado. 
 La depositó sobre la seda fría de las sábanas,
mientras su esmoquin crujía ligeramente en protesta por la contorsión. Ella se
hundió un instante en el colchón mientras su mente procesaba la imagen del
espejo… la de una mujer deseada, ahora lista para ser adorada. 
 Asdrúbal no se apresuró a unirse a ella por
completo. Se tomó un momento para observarla, apoyando una rodilla en el borde
de la cama, la mitad de su cuerpo todavía enfundada en el esmoquin y la otra
mitad ya rendida al fuego.
 La danza inusitada comenzó con sus manos. Se
movieron con una lenta e intensa veneración, más allá del deseo era el gozo de
quien está descubriendo algo muy bello por primera vez. Cada caricia era una
nota musical que se elevaba en un pentagrama interminable. Él trazó el contorno
de sus caderas, sus dedos se deslizaron por la línea de sus muslos  y luego ascendieron hasta su vientre, donde
la piel era especialmente sensible. 
 Rut se unía a esta partitura con un gemido
bajo, su cuerpo arqueándose hacia el roce de una mano acariciando un
instrumento de cuerda. No había prisa, solo una concentración casi ritual en el
placer mutuo.  
  Mientras
sus manos tejían su propia historia en la piel de Rut, ella se ocupó de la
última barrera: sus dedos ágiles y precisos se ocuparon de la camisa de
Asdrúbal, liberando los pequeños botones y deshaciendo el nudo de la pajarita.
Era un acto de seducción en sí mismo: ella desnudando a su depredador para
igualar el campo de juego.
El esmoquin, esa armadura de rectitud fue lo último en caer, retirándolo con un movimiento seco, que hizo resonar el golpe de la tela contra la alfombra. El contraste se había disuelto: ahora eran dos cuerpos cálidos y libres en la penumbra.
 Él se posó sobre ella pero no con su peso
total, sino casi  flotando, solo
sostenido por su brazo derecho. Sus ojos antes llenos de contemplación
distante, se habían oscurecido con la urgencia. Este contacto más íntimo, piel
contra piel era la culminación de la tensión… que se había fraguado desde el
primer momento frente al espejo dorado.
 Rut entrelazó sus piernas en la cintura de él,
acercándolo hasta casi fundirse los dos cuerpos en uno. Su aliento cálido y
turbulento como una tormenta envolvía el cuello de Asdrúbal, esto fue el
detonante para que la danza erótica cambiara de ritmo. Ya no era un movimiento
lento y suave, era una sinfonía de ritmos crecientes, que casi hacen que sus
cuerpos se hubieran fundido como la mantequilla… en el grill más ardiente del
planeta. 
 Rompieron músculos y tendones de placer, pues
jamás una espera había sido tan extenuante. La adrenalina había hecho enrojecer
los ojos de ambos, de tal manera que las feromonas generadas solo tenían escape
por los poros de su piel.
 Elegancia que se rompe, cuando el sexo ruge
desaforadamente… Y lo delicado, puede llegar a ser lo más vulgar entre el sexo
más caliente. 
 Alejandro Maginot  
 

Bien , ese final era de esperar , que la espera en sí hiciera fuego en los participantes de la escena.
ResponderEliminarToda una sinfonía de movimientos que la batuta ha sabido bien dirigir, para que su damisela fuera feliz.
Te felicito, por estas tres entregas que nos has dedicado con tu brillante pluma. Un abrazo, muy feliz día.
Gracias estimada amiga por tu loable comentario.
ResponderEliminarEs de esperar que las vibraciones de los dos instrumentos de cuerda, se afinen al unisonó en un compas que solo parara, cuando las mariposas se hayan saciado de su néctar.
Ahora más que nunca, calma. tolerancia y pasión.
Un fuerte abrazo para todos.