Y me viste salir de la ducha desnudo y mojado.
Y en tu mente surgió la chispa del deseo de tenerme
acorralado.
Y tuviste ganas de comerte mi cono, que para ese momento
estaba empalmado.
Y de saborearlo y deleitarlo, con el ansia de la que está
cometiendo el más grave de los pecados.
Y tu boca como llama del infierno, derrite mis bolas como si
fuesen cera ardiendo en lo más profundo de un pantano.
Y las lames y las muerdes, hasta conseguir que salga de mi
interior lo blanco, lo dulce y para mí lo más sagrado.
Y de rodillas te confiesas ante mí, pidiéndome perdón por
haberte desmadrado.
Y me pides penitencia, y yo te impongo a que te comas cuando
te apetezca mi helado.
Nadavepo.
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