Como todos los años, nos juntamos un grupo de
amigos para visitar la expo de las naciones. Era una exposición basada en los
países latinoamericanos, su folclore, gastronomía, artesanía etc. Aunque a
nosotros lo que más nos motivaba para visitarla, era probar la cerveza de todos
los stand.
Estando en el pabellón Argentino y mientras
degustábamos unas cervezas con sus respectivas tapas, subieron al escenario una
pareja de bailarines que tomando posición quedaron inmóviles. Un tango profundo
empezó a sonar, aquella pareja empezó a danzar con unos movimientos firmes y
seguros, era contradictorio oír un tango tan desgarrador y ver que sensualidad
desprendía aquella pareja al danzar.
Por un momento me perdí en los movimientos
que aquella morena realizaba, falda tubular negra, blusa adornada con brocados
negros, zapatos de tacón negro, pelo
largo y tan negro como el azabache. Era increíble que aún vestida de luto,
emanará tanta vida, tanta belleza, tanto color.
Mis amigos seguían sin prestar atención a tan
majestuoso baile, yo petrificado no perdía detalle. Aquellos movimientos eran
contadores de una historia, en la que había mucha fuerza, desgarro, sensualidad
y sobre todo pasión. Sus volatineras me hablaban del junco que nace fuerte al
pie de la rivera, al que desgarra el aire sus esporas y que se mece al vaivén
de los remolinos con una sensualidad inusitada.
Yo obviaba todo lo que me rodeaba, solo la
silueta contoneante de aquella chica y como si fuera una encantadora de
serpientes, me tenía obnubilado. Rayos rojos y truenos azules pasaban por mi
mente, no tenía capacidad para más, verla en aquellas poses era como ver
elefantes rosas.
Al acabar, bajaron del escenario y mientrás
el chico se perdía entre bambalinas, ella se dirigió a la barra poniéndose justo a mi lado, levanto la mano para pedir
una botella de agua, su axila emano un olor a prado verde, a arroyo cristalino
que pensé que traía adherido a su cuerpo la Pampa Argentina.
Me gire arrodillándome y la mire fijamente a
los ojos diciéndole.
―Permítame pedirle un milagro, mi Sra. Virgen de Luján.
Ella quedó sorprendida durante unos segundos,
luego reaccionó y empezó a reírse a carcajadas. Luego hizo una pausa y respondió.
―Creo
que me confunde usted con la patrona de Argentina.
Arduo repliqué.
―Perdón
si no es usted, pero no me puede negar que es una aparición divina.
Volvió a sonreír, parece que le caí en gracia
y decidió seguirme en la conversación.
Entonces me insinuó.
―Bueno
supongamos que sí, ¿qué milagro quiere pedirme?
No
titubeé.
―Es
sencillo, no le costara esfuerzo alguno, sólo quiero que me acompañe a visitar
la ciudad. Algunos peregrinos entre ellos yo se lo agradeceremos.
Su risa dejaba ver sus dientes de marfil, sus
pómulos se acentuaban y dos hoyuelos en las mejillas le daban un toque
seductor. Sus ojos se achinaban al reír dejando entre ver la dos perlas negras
que tenía como corneas.
Mujer decidida y valiente, me contestó sin yo
esperar aquella respuesta.
―
¿Por dónde empezamos?
―Por
el barrio de santa cruz, te gustará. Pero antes dame dos segundos.
―Ok.
Respondió.
Me volví hacia mis compañeros, que no habían estado atentos a la jugada y les dije.
―Chicos,
nos vemos mañana.
La algarabía se formó, empezaron a
preguntarme que donde iba tan pronto. Yo les respondí.
―Pues
no lo veis, voy a acompañar a esta Srta.
Entendieron rápidamente de lo que iba el
tema, por lo que me saludaron dejándome partir sin ninguna interrupción más.
Paseábamos por las callejuelas de tan mágico
barrio, cuando una gitana se nos acercó con un ramo de claveles rojos, le
compré uno y ella se lo puso en el escote. Como me hubiera gustado ser abeja en
ese momento y libar de esa flor.
Llevábamos juntos casi tres horas, todo mi
esfuerzo había estado en ser su guía y explicarle detalladamente todo lo que
íbamos viendo. Aprovechamos para sentarnos y descansar en un banco de azulejos
obrados en la misma cartuja, situado en una plaza coronada por una fuente de
mármol, donde el rumor del agua acompasaba mis palabras, que ya tintineaban por
lo que empezaba a sentir por aquella mujer.
―Te
das cuenta que todavía no nos hemos presentado formalmente.
―No
importa, nunca es tarde, me llamo Lupe. Respondió.
―Yo
Alejandro, pero no Magno que ya quisiera yo.
Lupe volvió a reírse, y cogiéndome la mano me
levanto diciéndome.
―Ahora
llévame a un buen restaurante, tengo hambre.
―Eso
está hecho. Respondí.
El almuerzo y la sobremesa se prolongaron
varias horas, en las que aprendí montones de cosas de Lupe, a la vez que ella
de mí. Estábamos en el punto, en el que los efluvios del alcohol y el entorno
que nos rodeaba incluyendo la idílica música que escuchábamos, empezaba a
llevarnos a rebasar límites.
Ella me miró y dijo.
―Acércate
a mí, tienes una mancha en la comisura de los labios.
Yo me incline por encima de la mesa hacia
ella, Lupe cogió la servilleta y me froto suavemente. Cuando creí había acabado
intenté volver a mi asiento, pero ella elevó un poco la voz diciendo.
―Espera,
aún no ha salido acércate más.
Nadavepo.
En este relato no , nos puedes dejar con la incertidumbre de lo que va a suceder en la segunda parte ... ya el baile nos dejo pistas y las visita a la ciudad nos dará una gran sorpresa ... adelante pues y sorprendenos ..un saludo
ResponderEliminarEso espero querida Campirela, poder sorprenderos. Gracias por tu fidelidad y por tu amor a la lectura. Un abrazo con mucho cariño.
EliminarEs terriblemente fascinante descubrir el mundo de la pasión. Este relato me ha cautivo hasta tal punto de vivir en primera persona todo lo que leía. No me dejes desmedido tiempo con estas ganas de saber más porque estoy deseando seguir descubriendo cómo sigue. Es un placer leerte como siempre mi querido Alejandro, muakk.
ResponderEliminarGracias por ser uno de mis lectores incondicionales. Te lo agradezco en el alma, por seguirme y por comentar tan bonito. Solo puedo pues, mandarte todo mi afecto y un beso lleno de cariño. Muakkk
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